La anomia según DurkheimEl concepto de anomia lo elaboró Durkheim en dos obras fundamentales: La división del trabajo social (1893) y El suicidio (1897); luego se fue precisando en relación con algunos otros conceptos fundamentales de la sociología durkheimiana. En La división del trabajo social, el concepto de anomia va unido al análisis del paso de una sociedad de solidaridad mecánica a una sociedad de solidaridad orgánica. El primer tipo de organización social, característico de las culturas premodernas, no permite apenas que se extiendan los procesos de división del trabajo social, por lo que es escasa en él la articulación de funciones y de roles; busca la uniformidad entre los distintos miembros, así como un amplio consenso automático en torno a la cultura común. Por el contrario, el segundo tipo de sociedad acusa una tendencia generalizada a la división del trabajo, que se confirma cuando la sociedad adquiere determinados niveles de densidad moral y de volumen; de la división del trabajo (que no ha de entenderse, en sentido estrictamente técnico, como atomización de las operaciones productivas) nace la necesidad de una cooperación estricta entre los distintos órganos, de una solidaridad o integración recíproca, que se convierte en el fundamento del orden social y del progreso. En este marco, el individuo encuentra las condiciones esenciales para realizarse de manera equilibrada: su conducta sigue normas que forman un sistema orgánico; sus deseos, de suyo ilimitados, se someten al control y a las exigencias de la conciencia colectiva, y él se sitúa dentro de una red de relaciones humanas socialmente significativas. De todo lo dicho se deduce que la división del trabajo social no es de suyo un proceso disgregador, ya que no provoca efectos centrífugos en la estructura social; al contrario, constituye el factor aglutinante de las sociedades industrialmente avanzadas, capaz de adquirir una fuerza semejante a la que en las sociedades premodernas todos sus miembros, de común acuerdo, concedían a los valores de la cultura dominante. Pero la situación que hemos descrito se ve amenazada por fenómenos de división patológica del trabajo social; en modo especial la división anómica del trabajo se produce cuando los cambios demasiado rápidos del sistema fomentan la creación de funciones nuevas antes de que puedan ser reguladas. Esto provoca conflictos, rivalidades y contiendas, para cuyo control el poder social no cuenta con formas adecuadas. De este modo se llega a una situación en la que las diversas funciones carecen de adaptación mutua; por eso anomia no significa ausencia total de normas, como parece indicar el significado literal del término, sino más bien estado de no-integración del sistema de funciones sociales. Existen normas, pero resultan inadecuadas, contradictorias, no legitimadas; en este contexto, las necesidades individuales ya no están reguladas por la conciencia colectiva y los deseos aumentan desmesuradamente, precisamente cuando la sociedad ya no es capaz de satisfacerlos de manera adecuada. La raíz de esta profunda alteración del orden social está, según Durkheim, en la rapidez del cambio del sistema económico (industria y comercio) y en las crisis que provienen de la anarquía que se produce en tal sector; pero, de manera más específica, la anomia brota también de acontecimientos excepcionales, de catástrofes, de movimientos de crecimiento inesperados. En sustancia, la anomia, aunque latente en la estructura misma de toda sociedad con fuerte división del trabajo social, se manifiesta como fenómeno transitorio y sintomático, es decir, revelador de una amenaza muy arraigada en el propio dinamismo del progreso y de la producción industrial, que exige reajustes y más reajustes. Para prevenir y eliminar la amenaza de una carencia total de solidaridad, Durkheim sugiere que se creen y revitalicen instituciones mediadoras, sobre todo organizaciones profesionales o corporaciones, capaces de reglamentar las diversas funciones que derivan de la división del trabajo y de ayudar a los individuos a que consigan de manera ordenada (esto es, cooperativamente) su autorrealización. De todo cuanto hemos ido diciendo se deduce que la anomia es a la vez una característica de los sistemas sociales y un estado de los individuos. Efectivamente, sobre estos últimos recaen las consecuencias de la falta de integración social; la enfermedad del sistema se convierte en enfermedad de la personalidad, precisamente a causa de la directa y estrecha relación existente entre ambos sistemas. El individuo se encuentra así, a un tiempo, a merced de sus deseos ilimitados y frustrados, sin referencias normativas claras y en medio de unas relaciones sociales moralmente nada significativas. En El suicidio es donde Durkheim analiza de forma más precisa estos últimos elementos, conectándolos con el problema más general de la relación del individuo con las normas de su sociedad y con los modos de interiorizarlas. Durkheim descubre tres formas fundamentales de suicidio: el egoísta, el altruista y el anómico. Respecto de este último, es posible hallar en el ámbito de la experiencia individual una concentración de motivos de inadaptación debidos a la situación de desintegración social. Y es precisamente en los períodos de cambio rápido e incontrolado y de crisis económica, períodos en que fallan los elementos sociales que garantizan una autorrealización ordenada de las personas, cuando se manifiestan signos progresivos de inseguridad, de pérdida de significado, de irrupción de instancias confusas e insatisfechas de las necesidades y deseos individuales. El suicidio anómico confirma el fracaso de la ley en su intento de humanizar el deseo humano, y evidencia, por el contrario, el triunfo de la angustia que ocasiona un deseo insatisfecho. Fuente: Demarchi, Franco; Ellena, Aldo. Diccionario de Sociología. Ediciones Paulinas, Madrid, 1986. Modernidad y anomiaComparadas con las sociedades tradicionales, las sociedades modernas imponen pocas restricciones sobre los individuos. Durkheim reconocía las ventajas de la libertad moderna, pero advirtió del peligro de un aumento de la anomia, una condición en la cual la sociedad proporciona una guía moral insuficiente a los individuos. Lo que tantas celebridades han descrito como «haber estado al borde de la destrucción por la fama» es un ejemplo extremo de los efectos corrosivos de la anomia. La fama repentina aleja a los famosos de sus familias y de la vida habitual que llevaban, trastocando el soporte y la regulación de la sociedad sobre los individuos en cuestión, a veces con fatales resultados. Por tanto, Durkheim nos enseña que los deseos de los individuos deben estar equilibrados por las demandas y los consejos de la sociedad (un equilibrio que se ha vuelto precario en el mundo moderno). Como Marx y Weber, Durkheim fue testigo de primera mano de la rápida transformación de Europa durante el siglo XIX. Tras analizar este cambio, Durkheim vio una evolución radical en las formas de organización social. En las sociedades preindustriales, explicaba Durkheim, las fuertes tradiciones actúan como el cemento social que mantiene a las personas unidas. De hecho, lo que llamó consciencia colectiva es tan fuerte que la comunidad se moviliza rápidamente para castigar a cualquiera que se atreva a desafiar los modos de vida convencionales. Durkheim llamó a este sistema solidaridad mecánica, que implica lazos sociales basados en una moralidad compartida, y que mantienen unidos a los miembros de las sociedades preindustriales. Por tanto, en la práctica, la solidaridad mecánica nace de la semejanza. Durkheim describía estos lazos como «mecánicos» porque las personas perciben la sensación más o menos automática de pertenecer los unos a los otros. Durkheim consideraba que el debilitamiento de la solidaridad mecánica es un rasgo que define la sociedad moderna. Pero esto no significa que la sociedad se disuelva; en lugar de eso, la modernidad genera un nuevo tipo de solidaridad que se apresura a llenar el vacío dejado por las tradiciones abandonadas. Durkheim llamó a esta nueva integración social solidaridad orgánica, definida como los lazos sociales, basados en la especialización, que mantienen unidos a los miembros de las sociedades industriales. En resumen, mientras que la solidaridad una vez encontraba sus raíces en la semejanza, ahora surge de las diferencias entre las personas cuyas actividades especializadas los hacen depender los unos de los otros. Para Durkheim, entonces, la dimensión clave del cambio es la división del trabajo en expansión de la sociedad, o actividad económica especializada. Como explicaba Max Weber, las sociedades modernas se especializan para fomentar la eficiencia. Durkheim completa esta visión mostrándonos que los miembros de las sociedades modernas cuentan con los esfuerzos de decenas de miles de otros individuos (la mayoría de ellos completos extraños) para asegurarse los bienes y servicios que necesitan cada día. Así que la modernidad se apoya mucho menos en el consenso moral (el fundamento de las sociedades tradicionales) y mucho más en la interdependencia funcional. Es decir, como miembros de sociedades modernas, dependemos cada vez más de personas en las que confiamos cada vez menos. Entonces, ¿por qué depositamos nuestra confianza en personas que casi no conocemos y cuyas creencias pueden ser radicalmente diferentes de las nuestras? La respuesta de Durkheim es la siguiente: «Porque no podemos vivir sin ellos». En un mundo en el que la moralidad a veces parece sumergirse en arenas movedizas, nos enfrentamos a lo que podría llamarse el «dilema de Durkheim»: el poder tecnológico y la libertad personal en expansión de la sociedad moderna solo pueden avanzar a costa de una moralidad en retroceso y el peligro siempre presente de la anomia. Fuente: Girola, Lidia. ¿Cuál modernidad? Anomia en las sociedades latinoamericanas. Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2000, Vol. 6 N° 2 (mayo-agosto), pp. 91-103.
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Octubre 2020
AutorLeonardo Pittamiglio |