Sobre las características de las instituciones totalesI Se llaman establecimientos sociales —o instituciones en el sentido corriente de la palabra— a sitios tales como habitaciones, conjuntos de habitaciones, edificios o plantas industriales, donde se desarrolla regularmente determinada actividad. Falta en sociología un criterio adecuado para su clasificación. Algunos de ellos, como la Grand Central Station (Estación Central), son accesibles a cualquier individuo que se comporte correctamente; otros, como el Union League Club de Nueva York, o los laboratorios de física nuclear de Los Álamos, parecen un poco exigentes en lo relativo al acceso. En unos, como en las casas de comercio y en las oficinas de correos, hay un número reducido de miembros fijos que prestan un servicio, y una afluencia continua de miembros que lo reciben. Otros, como los hogares y fábricas, comprenden un conjunto de participantes más estable. Ciertas instituciones proveen el lugar para actividades que presuntamente confieren al individuo su estatus social, por fáciles y agradables que tales actividades puedan ser; otras, por el contrario, brindan la oportunidad de contraer relaciones que se consideran electivas e informales, reclamando parte del tiempo que dejan libre otras exigencias más serias. En este libro se deslinda otra categoría de instituciones, y se sostiene que dicha categoría es natural y fecunda, porque sus miembros tienen tanto en común que, en realidad, para conocer una cualquiera de tales instituciones es aconsejable echar una mirada a las demás. II Toda institución absorbe parte del tiempo y del interés de sus miembros y les proporciona en cierto modo un mundo propio; tiene, en síntesis, tendencias absorbentes. Cuando repasamos las que componen nuestra sociedad occidental, encontramos algunas que presentan esta característica en un grado mucho mayor que las que se hallan próximas a ellas en la serie, de tal modo que se hace evidente la discontinuidad. La tendencia absorbente o totalizadora está simbolizada por los obstáculos que se oponen a la interacción social con el exterior y al éxodo de los miembros, y que suelen adquirir forma material: puertas cerradas, altos muros, alambres de púas, acantilados, ríos, bosques o pantanos. Me interesa explorar aquí las características generales de estos establecimientos, a los que llamaré instituciones totales.[2] Las instituciones totales de nuestra sociedad pueden clasificarse, a grandes rasgos, en cinco grupos. En primer término hay instituciones erigidas para cuidar de las personas que parecen ser a la vez incapaces e inofensivas: son los hogares para ciegos, ancianos, huérfanos e indigentes. En un segundo grupo están las erigidas para cuidar de aquellas personas que, incapaces de cuidarse por sí mismas, constituyen además una amenaza involuntaria para la comunidad: son los hospitales de enfermos infecciosos, los hospitales psiquiátricos y los leprosarios. Un tercer tipo de institución total, organizado para proteger a la comunidad contra quienes constituyen intencionalmente un peligro para ella, no se propone como finalidad inmediata el bienestar de los reclusos: pertenecen a este tipo las cárceles, los presidios, los campos de trabajo y de concentración. Corresponden a un cuarto grupo ciertas instituciones deliberadamente destinadas al mejor cumplimiento de una tarea de carácter laboral, y que sólo se justifican por estos fundamentos instrumentales: los cuarteles, los barcos, las escuelas de internos, los campos de trabajo, diversos tipos de colonias, y las mansiones señoriales desde el punto de vista de los que viven en las dependencias de servicio. Finalmente, hay establecimientos concebidos como refugios del mundo, aunque con frecuencia sirven también para la formación de religiosos: entre ellos las abadías, monasterios, conventos y otros claustros. Esta clasificación de las instituciones totales no es precisa, exhaustiva, ni tampoco para su inmediata aplicación analítica; aporta, no obstante, una definición puramente denotativa de la categoría, como punto de partida concreto. Fijada así una definición inicial de las instituciones totales, espero poder examinar sin tautología las características generales de su tipo. Antes de intentar un perfil general de esta serie de establecimientos, quiero destacar un problema conceptual: ninguno de los elementos que describiré parece pertenecer intrínsecamente a las instituciones totales, y ninguno parece compartido por todas; empero, cada una presenta, en alto grado, varios atributos de la misma familia, y este es el rasgo general que las distingue. Al hablar de «características comunes» lo haré en sentido restringido, pero no sin fundamento lógico. Así podré aplicar a la vez el método de tipos ideales, estableciendo rasgos comunes, con la esperanza de señalar luego las diferencias significativas. III Un ordenamiento social básico en la sociedad moderna es que el individuo tiende a dormir, jugar y trabajar en distintos lugares, con diferentes coparticipantes, bajo autoridades diferentes, y sin un plan racional amplio. La característica central de las instituciones totales puede describirse como una ruptura de las barreras que separan de ordinario estos tres ámbitos de la vida. Primero, todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad única. Segundo, cada etapa de la actividad diaria del miembro se realiza en la compañía inmediata de muchos otros, a quienes se da el mismo trato y de quienes se requiere que hagan juntos las mismas cosas. Tercero, todas las etapas de las actividades diarias están estrictamente programadas, de modo que una actividad conduce en un momento prefijado a la siguiente, y toda la secuencia de ellas se impone desde arriba, mediante un sistema de normas formales explícitas y un cuerpo de funcionarios. Finalmente, las diversas actividades obligatorias se integran en un solo plan racional, concebido ex profeso para lograr los objetivos propios de la institución. Individualmente, estas características no son privativas de las instituciones totales. En nuestros grandes establecimientos del comercio, la industria y la educación se está difundiendo, por ejemplo, la costumbre de proporcionar servicios de cafetería y elementos de recreación que sus miembros pueden usar en el tiempo libre. Con todo, el uso de estas mayores comodidades se mantiene optativo en muchos aspectos, y se cuida particularmente de que no se extienda a ellas la línea ordinaria de autoridad. Asimismo, las amas de casa, o las familias de los granjeros, pueden concentrar sus grandes campos de actividad en un área determinada, pero nadie las gobierna colectivamente, ni marchan a través de las actividades diarias en la compañía inmediata de otros iguales a ellos. El hecho clave de las instituciones totales consiste en el manejo de muchas necesidades humanas mediante la organización burocrática de conglomerados humanos, indivisibles —sea o no un medio necesario o efectivo de organización social, en las circunstancias dadas—. De ello se derivan algunas consecuencias importantes. Las personas a quienes se hace mover en masa pueden confiarse a la supervisión de un personal cuya actividad específica no es la orientación ni la inspección periódicas (como ocurre en muchas relaciones entre empleador y empleado) sino más bien la vigilancia: ver que todos hagan lo que se les ha dicho claramente que se exige de ellos, en condiciones en que la infracción de un individuo probablemente se destacaría en singular relieve contra el fondo de sometimiento general, visible y comprobado. Aquí no se juega la preeminencia entre el gran conglomerado humano y el reducido personal supervisor; están hechos el uno para el otro. En las instituciones totales hay una escisión básica entre un gran grupo manejado, que adecuadamente se llama de internos, y un pequeño grupo personal supervisor. Los internos viven dentro de la institución y tienen limitados contactos con el mundo, más allá de sus cuatro paredes; el personal cumple generalmente una jornada de ocho horas, y está socialmente integrado con el mundo exterior.[3] Cada grupo tiende a representarse al otro con rígidos estereotipos hostiles: el personal suele juzgar a los internos como crueles, taimados e indignos de confianza; los internos suelen considerar al personal petulante, despótico y mezquino. El personal tiende a sentirse superior y justo; los internos a sentirse inferiores, débiles, censurables y culpables.[4] La movilidad social entre ambos estratos es sumamente restringida: la distancia social, grande casi siempre, está a menudo formalmente prescripta. La conversación misma de un grupo a otro puede llevarse en un tono especial de voz, como lo ilustra una novela inspirada en una estadía real en un hospital psiquiátrico: «—Óigame bien —dijo Miss Hart cuando atravesaban el locutorio—. Usted haga lo que Miss Davis diga. No piense; hágalo no más. Le irá bien. »Tan pronto como escuchó el nombre, Virginia supo qué era lo más terrible en la sala uno: Miss Davis. —¿Es la jefa de las enfermeras? »—¡Y qué jefa! —murmuró Miss Hart. Y enseguida levantó la voz. Las enfermeras actuaban por hábito como si las enfermas no pudiesen oír si no era gritándoles. Con frecuencia decían en voz normal cosas que no parecían destinadas a los oídos de las señoras; si no hubiesen sido enfermeras, uno habría pensado que a menudo hablaban solas—. Una persona muy competente y eficiente, Miss Davis —anunció Miss Hart».[5] Aunque cierta comunicación es necesaria entre los internos y el personal paramédico, una de las funciones de la guardia es controlar la comunicación efectiva de los internos con los niveles superiores. Véase un ejemplo aportado por un estudiante de los hospitales psiquiátricos: «Como muchos de los pacientes se muestran ansiosos por ver al doctor en sus rondas, los asistentes deben actuar como mediadores si el médico no quiere tener dificultades. En la sala 30, era un hecho general que a los pacientes sin síntomas fisiológicos, incluidos en los dos grupos menos privilegiados, casi nunca se les permitía hablar con el médico, salvo que el mismo doctor Baker los mandase llamar. El grupo, cargoso, imposible de disuadir —llamado de los “pelmas”, “secantes” o “chinches”, en la jerga de los asistentes— a menudo trataba de pasar por encima del mediador, pero se le aplicaban procedimientos muy expeditivos cuando lo intentaba».[6] Así como la conversación entre un grupo y otro se restringe, también se restringe el paso de información, especialmente en lo relativo a los planes del personal con respecto a los internos. Es característico mantenerlos en la ignorancia de las decisiones que se toman sobre su propio destino. Ya responda a motivos de orden militar, como cuando se oculta a las tropas el punto hacia el cual se dirigen, ya se funde en razones médicas, como cuando se reserva el diagnóstico, el plan de tratamiento, y el tiempo de internación aproximada de los pacientes tuberculosos,[7] dicha exclusión proporciona al personal una sólida base para guardar las distancias y ejercer su dominio sobre los internos. Todas estas restricciones de contacto ayudan presumiblemente a mantener los estereotipos antagónicos.[8] Poco a poco se van formando dos mundos social y culturalmente distintos, que tienen ciertos puntos formales de tangencia pero muy escasa penetración mutua. Es significativo que el edificio y el nombre de la institución lleguen a identificarse, a los ojos del personal y también de los internos, como algo perteneciente a aquel y no a estos, de modo que cuando cualquiera de ambos grupos se refiere a los fines o intereses de «la institución», se refieren implícitamente (como yo mismo he de hacerlo) a los fines e intereses del personal. La escisión entre personal e internos es un grave problema para el manejo burocrático de grandes conglomerados humanos; un segundo problema concierne al trabajo. En el ordenamiento ordinario de la vida dentro de nuestra sociedad, la autoridad que rige en el lugar de trabajo cesa en el momento que el trabajador recibe su paga; la forma en que gaste este su dinero en un ambiente doméstico y recreativo, es asunto privado suyo y constituye un mecanismo que permite mantener dentro de límites estrictos la autoridad vigente en el lugar de trabajo. Pero decir que los internos de las instituciones tienen todo su día programado significa que también se habrán planificado todas sus necesidades esenciales. Cualquiera que sea, pues, el incentivo propuesto para el trabajo, carecerá de la significación estructural que tiene en el exterior. Será inevitable que haya diferentes motivaciones para el trabajo y distintas actitudes hacia él. Este es un ajuste básico que se requiere de los internos y de quienes deben inducirlos a trabajar. A veces se les exige tan poco trabajo que los internos, con frecuencia no habituados a los pequeños quehaceres, sufren crisis de aburrimiento. El trabajo requerido puede efectuarse con extrema lentitud, y a menudo se conecta con un sistema de pagos mínimos, muchas veces ceremoniales, como la ración semanal de tabaco y los regalos de Navidad, que inducen a algunos pacientes mentales a permanecer en sus puestos. En otros casos, por supuesto, se exige más que una jornada ordinaria de trabajo pesado, y para estimular a cumplirlo no se ofrecen recompensas sino amenazas de castigo físico. En algunas instituciones, tales como los campos de leñadores y los barcos mercantes, la práctica forzada del ahorro pospone la relación habitual con el mundo que puede comprar el dinero; todas las necesidades están organizadas por la institución, y el pago se efectúa sólo cuando ha terminado el trabajo de una estación, y los hombres quedan en libertad. En algunas instituciones existe una especie de esclavitud, por la que el horario completo del interno se ha establecido según la conveniencia del personal; aquí el sentido del yo y el sentido de posesión del interno pueden llegar a alienarse de su capacidad de trabajo. T. E. Lawrence da un ejemplo al respecto en el informe de su servicio en una estación de entrenamiento de las R. A. F.: «Los hombres que llevan seis semanas de fajina se mueven con una pereza que hiere nuestro sentido moral. “Son tontos, ustedes, reclutas, en sudar la gota gorda”. ¿Es la nuestra una diligencia de novatos o un resto de modalidad civil? Porque las R. A. F. nos pagarán las veinticuatro horas del día a razón de tres medios peniques por hora; pagados por trabajar, pagados por comer, pagados por dormir, esos peniques se apilan siempre. Es imposible, por lo tanto, dignificar una tarea cumpliéndola bien. Hay que perder todo el tiempo que se pueda, ya que después no nos aguarda descanso junto al fogón, sino otra tarea».[9] Haya demasiado trabajo, o demasiado poco, el individuo que internalizó un ritmo de trabajo afuera tiende a desmoralizarse por el sistema de trabajo de la institución total. Un ejemplo de desmoralización es la práctica corriente en los hospitales psiquiátricos estatales de andar «mangoneando» o «trabajando a alguno» de modo de conseguir unas monedas para gastar en la cantina. Ciertas personas que lo hacen —a menudo con cierto descaro— en el mundo exterior se despreciarían a sí mismas por actos semejantes. (Los miembros del personal, interpretando esta pauta de mendicidad según su propia orientación civil hacia la ganancia, tienden a verla como un síntoma de enfermedad mental y una prueba más de que los internos están realmente enfermos.) Hay incompatibilidad, pues, entre las instituciones totales y la estructura básica del trabajo remunerado en nuestra sociedad. Otro elemento fundamental de ella con el que son incompatibles es la familia. La vida familiar suele contraponerse a la vida solitaria, pero en realidad el contraste más pertinente es con la vida de cuadrilla, porque los que comen y duermen en el trabajo, con un grupo de compañeros, difícilmente pueden llevar una existencia doméstica significativa.[10] Inversamente, el hecho de que sus familias se mantengan fuera de la institución suele permitir que los miembros del personal permanezcan integrados en la comunidad exterior y se sustraigan así a la tendencia absorbente de la institución total. Que una institución total determinada actúe como una fuerza benéfica o maléfica en la sociedad civil, de todos modos tendrá fuerza, y esta dependerá en parte de la supresión de todo un círculo de familias reales o potenciales. La formación de familias proporciona, por el contrario, una garantía estructural de resistencia permanente contra las instituciones totales. La incompatibilidad de estas dos formas de organización social debería enseñamos algo sobre las más amplias funciones sociales de ambas. La institución total es un híbrido social, en parte comunidad residencial y en parte organización formal; de ahí su particular interés sociológico. Hay también otras razones para interesarse en estos establecimientos. En nuestra sociedad, son los invernaderos donde se transforma a las personas; cada una es un experimento natural sobre lo que puede hacérsele al yo. Se han sugerido ya algunos rasgos claves de las instituciones totales. Debo considerar ahora estos establecimientos desde dos perspectivas: primero, como el mundo del interno; luego el mundo del personal. Por último, quiero decir algo sobre los contactos entre ambos. Notas [1] Una versión abreviada de este ensayo apareció en el «Symposium on Preventive and Social Psychiatry», Instituto de Investigaciones «Walter Reed» del Ejército, Washington, D. C., 15-17 de abril, 1957, págs. 43-84. La que damos aquí es una reproducción de The Prison, compilada por Donald R. Cressey, copyright © 1961, por Holt, Rinehart and Winston, Inc. [2] En la literatura sociológica se ha aludido una que otra vez, bajo muy diversos nombres, a la categoría de las instituciones totales, y hasta se han sugerido algunos de los rasgos de esta clase de establecimientos. Quizás el aporte más notable en este sentido sea el artículo de Howard Rowland:Segregated Communities and Mental Health, incluido en «Mental Health Publication of the American Association for the Advancement of Science», N.º 9, comp. por F. R. Moulton, 1939. Un esbozo previo de nuestras conclusiones figura en Group Processes (Transactions of the Third Conference, comp. por Bertram Schaffner, Josiah Macy, Jr., Foundation, Nueva York, 1957). Amitai Etzioni usa la designación «total» en el mismo sentido, en: The Organizational Structure of «Closed» Educational Institutions in Israel, «Harvard Educational Review», XXVII, 1957, pág. 115. [3] El carácter binario de las instituciones totales me fue señalado por Gregory Bateson, y se registra en la bibliografía. Consúltese, por ejemplo, Lloyd E. Ohlin, Sociology and the Field of Corrections, Russell Sage Foundation, Nueva York, 1956, págs. 14-20. Parece previsible que el personal sienta como una especie de castigo ante las situaciones en que está obligado a vivir también en el interior, y que lo convenza de encontrarse en un estatus de dependencia que no esperaba. Véase el informe de Jane Casseis, The Marine Radioman’s Struggle for Status, «American Journal of Sociology», LXII, 1957, pág. 359. Fuente: Goffman, Erving. Internados: Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu, Buenos Aires, 2009.
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Teoría dramatúrgicaA Erving Goffman (1922-1982) se le suele considerar el más grande pensador vinculado con la Escuela de Chicago original. Se doctoró por la Universidad de Chicago en 1953, un año después del traslado de Herbert Blumer (que había sido profesor de Goffman) de Chicago a Berkeley. Pronto Goffman se reunió con Blumer en Berkeley, donde juntos crearon algo así como un centro de interaccionismo simbólico. Pero no llegaría a tener la importancia de Chicago. El mejor momento de Blumer, por lo que se refiere a los influyentes cargos que había ocupado, había pasado ya, y Goffman no se convirtió en objeto de estudio de los estudiantes licenciados. A partir de 1952 la suerte del interaccionismo simbólico disminuyó, aunque sigue siendo una teoría sociológica importante. A pesar de la decadencia del interaccionismo simbólico en general, Goffman se labró una posición sólida y distintiva en la teoría sociológica contemporánea. Entre los años cincuenta y setenta, Goffman publicó una serie de libros y ensayos que provocaron el nacimiento del análisis dramatúrgico como una variante del interaccionismo simbólico. Aunque los intereses de Goffman cambiaron al final de su carrera, se le conoce principalmente por su teoría dramatúrgica. La exposición más famosa de la teoría dramatúrgica de Goffman se encuentra en su obra publicada en 1959, Presentation of Seltin Everyday Life [La presentación de la persona en la vida cotidiana]. (Durante los quince años siguientes Goffman publicó varios libros y ensayos en los que desarrolló su perspectiva dramatúrgica del mundo). Para decirlo en pocas palabras, Goffman pensaba que existían múltiples analogías entre las representaciones teatrales y el tipo de «actos» que todos realizamos durante la acción e interacción cotidianas. Consideraba que la interacción era sumamente frágil y que se mantenía por las representaciones sociales. La representación deficiente o desorganizada constituye una gran amenaza para la interacción social, del mismo modo que lo es para la representación teatral. Goffman fue bastante lejos en su analogía entre el escenario y la interacción social. En toda interacción social existía una región anterior que equivalía al proscenio de la representación teatral. Los actores en el escenario y en la vida social se mostraban interesados en su apariencia, su vestimenta y el empleo de accesorios. Pero tanto en el escenario como en la vida social existía también una región posterior, lugar al que los actores podían retirarse y en el que se preparaban para su representación. En las bambalinas, o entre bastidores, los actores podían desprenderse de sus papeles y ser ellos mismos. El análisis dramatúrgico es, sin duda, coherente con sus raíces en el interaccionismo simbólico. Se fija en los actores, la acción y la interacción. Al trabajar en la misma arena que el interaccionismo simbólico, Goffamn consideró que el teatro constituía una metáfora brillante para arrojar luz sobre los procesos sociales de escala reducida. Hoy en día se lee y reconoce la obra de Goffman por su originalidad y su abundancia de ideas (R. Collins, 1986b; Ditton, 1980). Aunque en general se le considera un importante teórico, no todo el mundo lo cree así. Existen diversas razones que lo explican. Primera, se le ha acusado de centrarse en cuestiones bastante esotéricas, en lugar de en los aspectos verdaderamente esenciales de la vida social. Segunda, era un teórico micro en una época en que se admiraba a los teóricos macro. Como ha dicho Randall Collins, «Cuanto más analizamos esta obra [la de Goffman], más nos percatamos de que en Goffman se encama la principal figura de la microsociologfa de nuestro tiempo» (1981 e: 6). Tercera, atrajo pocos estudiantes capaces de construir teóricamente a partir de sus principios; de hecho, algunos creían que era imposible construir sobre la obra de Goffman. Se la considera poco más que una serie de explosiones idiosincrásicas de ideas brillantes. Finalmente, se ha realizado escaso trabajo teórico dentro de la tradición dramatúrgica (una excepción la constituyen Lyman y Scott [1970]). La única área en la que la obra de Goffman ha resultado ser de utilidad es la investigación empitica que recurre a su enfoque dramatúrgico. Recientemente han aparecido algunos trabajos que se sirven de su enfoque, entre ellos los estudios de Snow, Zurcher y Peter (1984) sobre la celebración de la victoria por las masas en los partidos de fútbol como representaciones dramatúrgicas, los análisis dramatúrgicos de Haas y Shaffir (1982) sobre la profesión médica, el de Zurcher (1985) sobre los Juegos bélicos y el estudio de Kitahara (1986) sobre los mecanismos dramatúrgicos que utilizó el comodoro Perry para abrir las puertas de Occidente a Japón. Es difícil predecir el futuro del análisis dramatúrgico, aunque su importancia ha disminuido debido a que Goffman terminó por dar a su trabajo una orientación estructural. [...] Fuente: Ritzer, George. Teoría sociológica contemporánea. McGraw-Hill, México, 1993. La obra de Erving GofmanfuenteOtra obra destacada sobre el self es Presentation of Selfin Everyday Life [La presentación de la persona en la vida cotidiana] (1959) de Erving Goffman, uno de los interaccionistas simbólicos más interesantes. La concepción de Goffman del self está en deuda con las ideas de Mead. En particular con su análisis de la tensión entre el yo, el self espontáneo, y el mí, los constreñimientos sociales del self. Esta deuda se refleja en el trabajo de Goffman sobre lo que denominó «discrepancia fundamental entre nuestros selfs demasiado humanos y nuestros selfs socializados» (1959: 56). La tensión se debe a la diferencia entre lo que las personas esperan que hagamos y lo que queremos hacer espontáneamente. Nos enfrentamos con la demanda de que hagamos lo que se espera de nosotros; además, se supone que no vacilaremos. Como Goffman señaló: «No debemos estar sometidos a altibajos» (1959: 56). Con el fin de mantener una imagen estable del self las personas actúan para sus audiencias sociales. A resultas de este interés en la representación. Goffman se centró en la dramaturgia, adoptó una perspectiva de la vida social como si ésta fuera una serie de actuaciones dramáticas que se asemejan a las representadas en el escenario. Dramaturgia. La concepción de Goffman del self se deriva de su enfoque dramatúrgico. Para Goffman (como para Mead y para la mayoría de los interaccionistas simbólicos) el self no es algo orgánico que tenga una ubicación específica... Al analizar el self nos desprendemos, pues, de su poseedor, de la persona que más aprovechará o perderá con ello, porque él y su cuerpo proporcionan simplemente la percha sobre la cual colgará durante cierto tiempo algo fabricado en colaboración. Y los medios para producir y mantener los selfs no se encuentran dentro de la percha. (Goffman, 1959: 252-253). No creía que el self fuera una posesión del actor; lo consideraba como el producto de la interacción dramática entre el actor y la audiencia. El self «es un efecto dramático que surge difusamente en la escena representada» (1959: 253). Dado que el self constituye un producto de la interacción dramática, es vulnerable a su destrucción durante la representación. La dramaturgia de Goffman se interesa por los procesos que evitan o resisten estas destrucciones. Aunque el grueso de su discusión se centra en estas contingencias dramatúrgicas, Goffman señaló que la mayoría de las representaciones salen triunfantes. El resultado es que, en circunstancias normales, a los actores se les asigna un self firme y estable que «parece» emanar del actor. Goffman suponía que cuando los individuos interactúan desean presentar una determinada concepción del self que sea aceptada por los demás. Sin embargo, incluso durante su presentación del self los actores son conscientes de que los miembros de la audiencia pueden perturbar su representación. Por esta razón los actores son conscientes de la necesidad de controlar la audiencia, especialmente los elementos de ella que pueden ser destructores. Los actores esperan que el self que presentan a la audiencia sea lo suficientemente fuerte, de modo que la audiencia defina a los actores tal y como ellos desean. Los actores también esperan una reacción voluntaria por parte de la audiencia de acuerdo con su deseo. Goffman denomina esta cuestión «el arte de manejar las impresiones». Este arte implica las técnicas que utilizan los actores para mantener ciertas impresiones ante los probables problemas que surjan y los métodos que usan para solventar estos problemas. En la línea de esta analogía teatral, Goffman habla de fachada. La fachada es la parte del escenario que funciona regularmente de un modo general y prefijado, a fin de definir la situación con respecto a aquellos que observan dicha actuación. Dentro de la fachada, Goffman distingue entre el medio y la fachada personal. El medio hace referencia al escenario fisico que rodea a los actores para su actuación. Sin él los actores no pueden actuar. Por ejemplo, un cirujano necesita un quirófano, un taxista, un taxi, y un patinador, el hielo. La fachada personal consiste en las partes escénicas de la dotación expresiva que la audiencia identifica con los actores y que espera que lleven en el escenario. Por ejemplo, se espera que el atuendo de un cirujano sea una bata verde, tenga ciertos instrumentos, etcétera. Goffman subdividió después la fachada personal en apariencia y modales. La apariencia se refiere a los estímulos que funcionan en el momento de informarnos acerca del estatus social del actor (por ejemplo, la bata del cirujano). Los modales implican los estímulos que funcionan en el momento de advertimos acerca del rol de interacción que el actuante esperará desempeñar en la situación que se avecina (por ejemplo, el uso de modales y procederes físicos). Un modal brusco u otro suave nos indican tipos de actuación bastante diferentes. En general, siempre esperamos que apariencia y modales sean coherentes. Aunque Goffman analizó la fachada y otros aspectos de su sistema desde la perspectiva del interaccionismo simbólico, también le preocupaban desde un punto de vista estructural. Por ejemplo, afirmaba que las fachadas tendían a institucionalizarse de tal modo que surgen «representaciones colectivas» sobre lo que sucede en una fachada determinada. Con frecuencia, cuando los actores asumen roles establecidos, encuentran fachadas específicas prefijadas para estas representaciones. El resultado, afirmaba Goffman, es que las fachadas tienden a ser elegidas, no creadas. Esta noción nos ofrece una imagen más estructural del self que la de la mayoría de los interaccionistas simbólicos. A pesar de esta noción estructural del self, las ideas más interesantes de Goffman se enmarcan en el reino de la interacción. Afirmaba que debido a que las personas intentan por lo general 10 presentar una imagen idealizada de sí mismas en sus representaciones, creen inevitablemente que deben ocultar cosas en sus actuaciones. Primero, los actores pueden querer ocultar placeres secretos (por ejemplo, beber alcohol) anteriores a la actuación o correspondientes a épocas pasadas de su vida (por ejemplo, adición a las drogas) que son incompatibles con su representación. Segundo, los actores pueden desear ocultar errores que han cometido en la preparación de la representación, así como pasos que han debido dar para corregir esos errores. Por ejemplo, un taxista puede querer ocultar el hecho de que ha errado su camino al empezar la carrera. Tercero, los actores pueden sentir la necesidad de mostrar sólo los productos finales y ocultar el proceso de su producción. Por ejemplo, los profesores dedican varias horas a la preparación de su clase, pero probablemente su deseo es actuar como si conociesen el material de toda la vida. Cuarto, los actores pueden desear también ocultar a la audiencia cl etrabajo sucio» que realizaron para producir los resultados finales. Este trabajo incluye tareas que «son físicamente sucias, semilegales, crueles, y degradantes en muchos sentidos» (Goffman, 1959: 44). Quinto, durante una actuación determinada los actores pueden dejar a un lado conscientemente otros criterios de actuación. Finalmente, los actores pueden encontrar necesario callar insultos, humillaciones o pactos realizados para seguir actuando. En general, los actores suelen tener un interés creado en ocultar todos estos hechos a su audiencia. Otro aspecto de la dramaturgia es la frecuente intención de los actores de infundir la impresión de que están más cerca de la audiencia de lo que están en realidad. Por ejemplo, los actores pueden intentar dar la impresión de que su representación es su única actuación o, al menos, la más importante. Para transmitir esta impresión los actores han de asegurarse de que su audiencia está fragmentada para que no les descubran. Goffman afirmaba que incluso en el caso de que los descubran, las audiencias pueden intentar asumir la falsedad para mantener su imagen idealizada del actor. Esto revela la naturaleza interactiva de las representaciones. Una buena representación depende del grado de implicación de las partes. Otro ejemplo de este tipo de manipulación dc las impresiones es el intento dc un actor de infundir la idea dc que hay algo único en su actuación y en su relación con la audiencia. La audiencia quiere sentir, también, que es la receptora de una representación única. Los actores se esfuerzan por asegurarse la consistencia de todas las partes implicadas en una actuación. En algunos casos, un aspecto discordante puede destruir una actuación. No obstante, las actuaciones varían en función del grado de coherencia requerido. Un descuido de un sacerdote durante una representación sagrada perjudicaría gravemente su actuación, pero la equivocación de un taxista al comenzar su carrera probablemente no dañaría demasiado el conjunto de su actuación. Otra técnica que emplean los actores es la mistificación. Los actores suelen mistificar su actuación al limitar el contacto entre ellos y la audiencia. Mediante el establecimiento de una «distancia social» entre ellos y la audiencia lo que pretenden los actores es infundir respeto en la audiencia. Esto, a su vez, evita que la audiencia ponga en cuestión la actuación. Goffman señala otra vez que la audiencia está implicada en este proceso y, con frecuencia, busca mantener la credibilidad de la actuación guardando la distancia con el actor. Esta idea nos lleva al interés de Goffman por los equipos. Como interaccionista simbólico, para Goffman el enfoque sobre los individuos obscurece importantes hechos acerca de la interacción. Su unidad básica de análisis era, pues, no el individuo, sino el equipo. Un equipo es un conjunto de individuos que cooperan en la representación de una rutina. Así el análisis anterior sobre la relación entre el actor y la audiencia es, en realidad, un estudio sobre el equipo 11. Cada miembro ha de confiar en los demás, porque todos pueden destruir la representación y todos son conscientes de que participan en un acto. Goffman concluía que un equipo es una suerte de «sociedad secreta». 11. Actor y audiencia forman también un tipo de equipo, pero Goffman también hablaba de equipo para referirse tanto a un grupo de actores como a una audiencia. Curiosamente Goffman afirmaba que un individuo podía constituir también un equipo. Su lógica, en la línea del interaccionismo simbólico clásico, era que un individuo podía ser actor y audiencia: podía imaginar que había una audiencia presente. Goffman también estudió el trasfondo escénico donde suelen aparecer los hechos o varios tipos de acciones informales ocultos en la fachada. El trasfondo escénico es, por lo general, adyacente a la región anterior, pero también está separado de ella. Los actores confían en que ningún miembro de la audiencia aparezca en el trasfondo escénico. Además, emprenden diversas manipulaciones de las impresiones para asegurarse de ello. Una actuación puede hacerse dificultosa si los actores son incapaces de impedir que la audiencia entre en el trasfondo escénico. También hay una región residual, el exterior, es decir, todos los dominios que no pertenecen ni a la región anterior ni a la posterior. Ninguna región es la misma en todo momento. Y una determinada región puede ser cualquiera de las tres regiones en momentos diferentes. El despacho de un profesor constituye una región anterior cuando un estudiante le visita, se convierte en posterior cuando ese estudiante se marcha y en exterior cuando el profesor asiste a un partido de baloncesto de la universidad. Manipulación de las impresiones. Goffman termina La presentación la persona en la vida cotidiana con una reflexión adicional sobre el arte de manejar las impresiones. En términos generales, la manipulación de las impresiones se orienta a impedir una serie de acciones inesperadas, como gestos espontáneos, intrusiones inoportunas y pasos en falso, así como acciones deliberadas como «hacer una escena). Goffman estudió los diversos métodos de solventar estos problemas. Primero, hay una serie de métodos que implican acciones cuyo objetivo es producir lealtad dramatúrgica fomentando, por ejemplo, una gran lealtad grupal, impidiendo que los miembros del equipo se identifiquen con la audiencia y cambiando las audiencias periódicamente para que éstas no lleguen a conocer en demasía a los actores. Segundo, Goffman sugería varias formas de disciplina dramática, entre ellas ser siempre consciente de la actuación para impedir deslices, mantener el autocontrol y manejar las expresiones faciales y verbales de acuerdo con la propia actuación. Tercero, identificó varios tipos de circunspección dramática, como determinar con anticipación cómo va a resultar la actuación, planear las emergencias, elegir miembros de equipo leales, elegir buenas audiencias, pertenecer a pequeños equipos donde hay una menor probabilidad de disensión, hacer actuaciones breves, impedir a la audiencia el acceso a la información privada y establecer una agenda para' impedir eventos inesperados. La audiencia también tiene interés en la eficacia de la manipulación de las impresiones por parte del actor o del equipo de actores, la audiencia suele actuar para salvar la representación empleando mecanismos tales como prestar mucha atención, evitar incidentes emocionales, pasar por alto los descuidos y tener en mayor consideración al actor neófito. Albas y Albas (1988) utilizaron la idea de la manipulación de las impresiones al estudiar los esfuerzos de los estudiantes universitarios para manejar las impresiones cuando les devolvían los exámenes y recibían su calificación. Albas y Albas distinguieron entre tres tipos de estudiantes: los «Ases» (los que reciben buenas notas), los «Moderados» (los que obtienen notas medianas) y los «Bombarderos (los suspensos). Se centraron en el estudio de los Ases y los Bombarderos y en el hecho de que los Ases solían desarrollar estrategias para revelar sus buenas calificaciones a los demás sin aparentar presunción, mientras los Bombarderos planificaban estrategias para ocultar sus malas notas. Albas y Albas identificaron una serie de estrategias que utilizaban los Ases para revelar sus notas. Por ejemplo, como la modestia impide a los estudiantes expresar abiertamente su alegría por haber obtenido una calificación alta, suelen emplear la estrategia de «efusión reprimida», por la que su satisfacción aparece como si rezumaran alegría en contra de su voluntad. Si bien a veces esta estrategia la emplean los buenos estudiantes conscientemente, suele parecer como si ocurriera en contra de su voluntad. Se produce una manipulación dramática más clara cuando los estudiantes permiten «accidentalmente» a los otros ver sus calificaciones altas. Y otra estrategia dramática tiene lugar cuando el As pregunta a otros por su examen esperando una respuesta que incluya esa misma pregunta, la cual permite al As revelar su buena nota. Al igual que los Ases emplean mecanismos dramáticos para revelar sus notas, los Bombarderos suelen intentar ocultar sus calificaciones mediante el uso de una serie de estrategias. Por ejemplo, el Bombardero que espera un suspenso puede optar por no asistir a la clase en la que le van a devolver el examen. Otros Bombarderos optan por mentir añadiendo puntos a su calificación, o simplemente por dejar claro que no desean hablar de las notas. El Bombardero puede también expresar una «distancia de rol» (véase más abajo) aparentando indiferencia y despreocupación ante la devolución del examen y la calificación. Esta indiferencia revela cómo hizo el examen. Tras su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana, Goffman produjo una serie de importantes y fascinantes libros y ensayos (por ejemplo, Goffman, 1961, 1963a, 1963b, 1967, 1971, 1972, 1974). Terminamos este análisis con algunos ejemplos que ilustran su modo de pensar. En su «Distancia de rol» (1961) Goffman se centró en el grado en el que un individuo adopta un rol determinado. En su opinión, dada la enorme cantidad de roles existentes, pocas personas se implican totalmente en un rol determinado. La distancia de rol hace referencia al grado en el que los individuos se separan de los roles que representan. Por ejemplo, los niños mayores que montan en caballitos de tiovivo suelen ser conscientes de que son demasiado mayores para disfrutar de esta experiencia. Una manera de solventar este problema es demostrar la distancia de rol montando el caballito descuidada o despreocupadamente y realizar actos supuestamente peligrosos mientras lo montan. Al realizar tales actos peligrosos la intención de estos niños es explicar a la audiencia que no realizan la actividad como la realizan los niños pequeños. Uno de los conceptos clave de Goffman es que la distancia de rol constituye una función del estatus social de una persona. Las personas que ocupan posiciones altas suelen manifestar distancia de rol por razones distintas a las de las personas que ocupan posiciones bajas. Por ejemplo, un cirujano de alto estatus puede manifestar distancia de rol en el quirófano para relajar la tensión del equipo quirúrgico. Las personas de estatus bajos suelen ponerse a la defensiva en su exhibición de la distancia de rol. Por ejemplo, las personas que limpian los servicios sanitarios lo hacen con indiferencia y despreocupación. Pueden estar intentando explicar a su audiencia que son demasiado buenos para ese trabajo. Uno de los libros más interesantes de Goffman es Stigma [Estigma] (1963b). En él Goffman se centra en el abismo entre lo que una persona debería ser, su «identidad social virtual» y lo que una persona realmente es, su «identidad social real». Todo aquel que experimenta un abismo entre estas dos identidades está estigmatizado. El libro se centra en la interacción dramática entre las personas estigmatizadas y las normales. La naturaleza de esta interacción depende del tipo de estigma que perturba a un individuo. En el caso del estigma desacreditado, el actor acepta que las diferencias son reconocibles o evidentes para los miembros de la audiencia (por ejemplo, un parapléjico o un tullido). Un estigma desacreditable es aquél en que las diferencias no son reconocibles o perceptibles para los miembros de la audiencia (por ejemplo, una persona que ha tenido voluntariamente una experiencia homosexual). Para alguien señalado con un estigma desacreditado, el problema dramático básico reside en manejar la tensión que desencadena el hecho de que las personas reconocen ese problema. Para el que sufre un estigma desacreditable, el problema dramático reside en manejar la información de manera que el problema siga siendo desconocido para la audiencia. Una buena parte de Estigma está dedicada a las personas que tienen estigmas obvios y, con frecuencia, grotescos (por ejemplo, la pérdida de la nariz). Sin embargo, a medida que se desarrolla la obra el lector se percata de que Goffman intenta transmitirnos la idea de que en algún momento o lugar determinado todos estamos estigmatizados. Sus ejemplos incluyen al judío que vive en una comunidad predominantemente cristiana, a una persona gorda entre un grupo de personas cuyo peso es normal, y al individuo que ha mentido acerca de su pasado y constantemente se esfuerza por asegurarse de que la audiencia siga desconociéndolo. Ahora parece necesario mencionar las orientaciones posteriores y los cambios que se produjeron en el modo de pensar de Goffman. En Frame Anatysts [Análisis estructural] (1974) Goffman se alejó de sus raíces del interaccionismo simbólico clásico y se orientó hacia el estudio de las pequeñas estructuras de la vida social. Aunque seguía pensando que las personas definían las situaciones en el sentido dado por W. I. Thomas, pasó a asignar menor importancia a estas definiciones: «La definición de las situaciones como reales ciertamente tiene sus consecuencias, pero estas influyen de un modo harto marginal sobre los eventos que se suceden» (Goffman, 1974: 1). Además, cuando las personas definen las situaciones normalmente no crean esas definiciones. La acción se define más por adherencia mecánica a las normas que mediante un proceso activo, creativo y negociador. Goffman especificó su objetivo: «intentar aislar algunos de los contextos básicos de comprensión disponibles en nuestra sociedad para explicar los eventos y analizar las vulnerabilidades específicas a las que están expuestos estos marcos de referencia» (1974: 10). Goffman pasó a interesarse por las pequeñas estructuras que gobiernan los pensamientos y las acciones de los actores. Algunos observadores señalaron que se trató de un cambio de orientación y un alejamiento del interaccionismo simbólico clásico. De hecho, George Ganas llegó a afirmar que «la obra de Goffman se opone a los principios centrales y a los supuestos básicos del interaccionismo simbólico» (1977: 855). Ganas señaló que el trabajo de Goffman, especialmente Frame Analysis, encajaba mejor en el estructuralismo que en el interaccionismo simbólico. Sin embargo, otros pensadores han señalado que, después de todo, no se trató de un cambio propiamente dicho (Collins, 1986b; Perinbanayagam. 1985). Por ejemplo, Perinbanayagam describe la dramaturgia de Goffman como «un examen de los instrumentos y las técnicas de comunicación que usan los actores» (1985: 66). Puede afirmarse que Goffman siempre se interesó tanto por los procesos de estructuración como por las estructuras. (Como Perinbanayagam señala, «la estructura es a la vez sustantivo y verbo» [1985: 75].) Así, en desacuerdo con Ganas, Perinbanayagam concluye que el análisis de los marcos de referencia y el interaccionismo simbólico son perspectivas «interdependientes: en la obra de Goffman (1985: 75). (Trataremos esta cuestión en el Capítulo 9.) Independientemente de si cambió o no su orientación, lo que es evidente es que las primeras obras sobre dramaturgia han ejercido una profunda influencia. Por ejemplo, David Snow, Louis Zurcher y Robert Peters (1984) han analizado recientemente las celebraciones de victoria de las multitudes en los partidos de fútbol como representaciones dramáticas; Jack Haas y William Shaffir (1982) han realizado un estudio sobre la profesión médica desde una perspectiva dramatúrgica; Zurcher (1985) ha examinado la dramaturgia de los juegos; y Michio Kitahara (1986) se remontó a los mecanismos dramáticos (mostrar el rango, desplegar naves, mostrar el armamento) utilizados por el Comodoro Perry para abrir Japón a Occidente entre 1853 y 1854). Fuente: Ritzer, George. Teoría sociológica contemporánea. McGraw-Hill, México, 1993. |
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Octubre 2020
AutorLeonardo Pittamiglio |