UNO: La sociología como un pasatiempo individualPodríamos decir que el sociólogo, a no ser por el privilegio de su título académico, es el hombre que, a pesar suyo, debe escuchar murmuraciones, que se siente tentado a mirar por el ojo de la cerradura, a leer la correspondencia de otras personas y a abrir los armarios cerrados. Quizá algunos niños muertos de curiosidad por espiar a sus tías solteras en el baño se conviertan más tarde en sociólogos empedernidos. Lo que nos interesa es la curiosidad que se apodera de todo sociólogo frente a una puerta cerrada tras la cual se escuchan voces humanas. Si es un buen sociólogo deseará abrir la puerta y saber lo que dicen esas voces. Detrás de cada puerta cerrada presentirá alguna faceta nueva de la vida humana de la que aún no se había percatado ni la había comprendido. El sociólogo se ocupará de cuestiones que otros consideran demasiado sagradas o demasiado desabridas para investigarlas de manera desapasionada. Encontrará, recompensa en la compañía de sacerdotes o de prostitutas, no según sus preferencias personales sino según las preguntas que se encuentre formulando en ese momento. También se ocupará de cuestiones que otros pueden encontrar demasiado aburridas. Se interesará en la interacción humana que acompaña a la guerra o a los grandes descubrimientos intelectuales, pero también en las relaciones que existen entre los empleados de un restaurant o entre un grupo de niñas que juegan con sus muñecas. Su foco de atención principal no es el significado esencial de lo que hacen los hombres, sino de la acción en sí misma, considerándola como un ejemplo más de la infinita riqueza de la conducta humana. Eso en cuanto a la imagen de nuestro compañero de juego. En estas jornadas a través del mundo de los hombres, el sociólogo encontrará inevitablemente otros fisgones profesionales como él. Estos se sentirán ofendidos por su presencia, presintiendo que está invadiendo furtivamente sus cotos de caza. En algunos lugares el sociólogo se encontrará con el economista, en otros con el científico político, y en otros más con el sicólogo o el etnólogo. No obstante, hay probabilidades de que las cuestiones que han llevado al sociólogo a los mismos sitios sean diferentes de las que impulsaron a sus compañeros transgresores. Las preguntas del sociólogo son siempre esencialmente las mismas: “¿Qué está haciendo aquí la gente?” “¿Cuáles son sus relaciones recíprocas?” “¿De qué manera se organizan estas relaciones en las instituciones?” “¿Cuáles son las ideas colectivas que impulsan a los hombres y a las instituciones?” Por supuesto, al tratar de responder a estas preguntas en casos específicos, el sociólogo tendrá que habérselas con asuntos políticos o económicos, pero se enfrentará a ellos de una manera totalmente diferente que el economista o el científico político. La escena que contempla es la misma escena humana en la que se interesan estos otros científicos. Pero el ángulo de visión del sociólogo es diferente. Cuando entendemos esto, se toma evidente que time poco sentido tratar de demarcar un territorio especial dentro del cual el sociólogo se ocupa de sus asuntos por derecho propio. [...] Sin embargo, existe un viajero cuyo camino tendrá que cruzar el sociólogo con mucha más frecuencia en sus viajes que el de cualquier otro. Este viajero es el historiador. En realidad, tan pronto como el sociólogo se aleja del presente para internarse en el pasado, es muy difícil distinguir sus preocupaciones de las del historiador. El sociólogo se mueve en el mundo común de los hombres, muy cerca de lo que la mayoría: de ellos llamaría real. Las categorías que emplea en sus 'análisis son únicamente refinamientos de las clases por las que viven otros hombres: el poder, la clase, la condición social, la raza y-los orígenes étnicos. Como resultado de ello, existe una simplicidad y una evidencia engañosa respecto a algunas investigaciones sociológicas. Leemos acerca de ellas, dormitamos ante la escena familiar, observamos que ya sabíamos todo esto desde antes y que la gente tiene cosas mejores que hacer en lugar de perder su tiempo en axiomas: hasta que de repente adquirimos un discernimiento que nos hace poner en duda radicalmente todo lo que antes suponíamos acerca de esta escena familiar. Este es el momento crítico en que el que comenzamos a sentir la emoción de la sociología. Puede decirse que la máxima principal de la sociología es ésta: las cosas no son lo que parecen. Esta afirmación también es engañosamente simple. Pero poco después deja de ser simple. La realidad social pasa a tener muchos estratos de significado. El descubrimiento de cada nuevo estrato cambia la percepción del conjunto. La experiencia del descubrimiento sociológico puede describirse como el “choque de civilización” sin un desplazamiento geográfico. En otras palabras, el sociólogo viaja en casa, con resultados sorprendentes. Es poco probable que descubra que se está comiendo en la cena a una agradable anciana. Pero, por ejemplo, el descubrimiento de que la iglesia a la que pertenece tiene invertido mucho dinero en la industria de proyectiles dirigidos, o que a unas cuantas cuadras de su casa existen personas que se entregan a orgías dedicadas a algún culto, no puede ser demasiado diferente en cuanto al choque emocional que produce. No obstante, no deseamos significar que los descubrimientos sociológicos son siempre, o incluso generalmente, ultrajantes para el sentimiento moral. En absoluto. Lo que tienen en común con la exploración en tierras distantes es, sin embargo, la súbita iluminación de nuevas e insospechadas facetas de la existencia humana en sociedad. Esta es la excitación, y como trataremos de demostrar posteriormente, la justificación humanista de la sociología. La gente a la que le gusta evitar descubrimientos desagradables, que prefiere creer que la sociedad es exactamente lo que le enseñaron en la Escuela Dominical, a la que' le agrada la seguridad de las reglas y máximas de lo que ha llamado Alfred Schutz el “mundo que se da por supuesto”, debe permanecer alejada de la sociología. La gente que no siente, tentación-alguna ante las puertas cerradas, que no tiene curiosidad respecto a los seres humanos, que se siente contenta de contemplar el paisaje sin preguntarse qué clase de gente vive en aquellas casas que se ven al otro lado de ese río, probablemente deberían permanecer lejos de la sociología, porque la encontrarán desagradable o, en todo caso, poco remuneradora. La gente que se interesa en los seres humanos sólo si puede cambiarlos, convertirlos o reformarlos también debería ponerse sobre aviso, porque encontrará la sociología mucho menos útil de lo que esperaba. Y la gente que se interesa principalmente en sus propias estructuras conceptuales hará bien en recurrir al estudio de ratoncitos blancos. La sociología será satisfactoria, a la larga, sólo para aquellas personas que no pueden pensar a otra cosa más fascinadora que observar a los hombres y comprender las cosas humanas. Ahora podemos dejar constancia de que, si bien deliberadamente, hemos dicho sólo una parte de la verdad en el título de este capítulo. Indudablemente, la sociología es un pasatiempo individual en el sentido de que a algunas personas les interesa y a otras les aburre. A algunas les gusta observar a los seres humanos, a otras experimentar con ratones. El mundo es lo bastante grande para dar cabida a todas las clases y no hay ninguna prioridad lógica para el interés de unas personas comparado con el de otras. Pero la palabra “pasatiempo” es ineficaz pura describir lo que queremos decir. Fuente: Berger, Peter. Introducción a la sociología. Editorial Limusa Wiley, México, 1967. [Fragmentos] DOS: La sociología como una forma de concienciaSi la presentación del capítulo anterior ha sido fructuosa, será posible aceptar la sociología como una preocupación intelectual de gran interés para ciertos individuos. Sin embargo, detenemos a estas alturas sería en realidad muy poco sociológico. E1 hecho mismo de que la sociología apareciese como una disciplina en una etapa determinada de la historia occidental debería obligamos a averiguar con más detalle cómo es posible que algunas personas se ocupan de ella y cuáles son los requisitos para esta ocupación. En otras palabras, la sociología no es independiente del tiempo ni es una empresa forzosa de la mente humana. Si admitimos esto, surge lógicamente una interrogante acerca de los factores convenientes que hacen de ella una necesidad para determinadas personas. Sin embargo, de la sociología no puede decirse siquiera otro tanto. Esta se manifiesta más bien como una reflexión peculiarmente moderna y occidental. Y, como trataremos de demostrar en este capítulo, está constituida por una forma particularmente moderna de conocimiento de sí mismo. El sociólogo considera que el término “sociedad” denota un gran complejo de relaciones humanas, o, expresándolo en un lenguaje más técnico, piensa que se refiere a un sistema de interacción. El adjetivo “social” debe ser definido igualmente para su uso sociológico. En el lenguaje común puede denotar también muchas cosas diferentes: la calidad informal de una reunión determinada (“esta es una reunión social, no discutiremos de negocios”) , la actitud altruista por parte de alguien (“él tiene un gran interés social en su trabajo”), o más generalmente, cualquier cosa derivada de contacto con otras personas (“una enfermedad social”). El sociólogo usará el término más limitadamente y en forma más precisa para referirse a la calidad de la interacción, de la interrelación y de la reciprocidad. Así, dos hombres charlando en una esquina no constituyen una “sociedad”, pero lo que trasciende de ellos es sin duda “social”. La “sociedad” está integrada por un complejo de tales acontecimientos “sociales”. Por lo que respecta a la definición exacta de lo “social”, es difícil perfeccionar la definición de Max Weber de una situación “social”: aquella en la que la gente orienta recíprocamente sus acciones. La trama de significados, expectativas y dirección resultante de tal orientación mutua es la materia prima del análisis sociológico. Desde el punto de vista del abogado, la investigación del sociólogo es ajena al marco de referencia legal. Refiriéndonos a la estructura conceptual de la ley, podríamos decir que la actividad del sociólogo tiene un carácter subterránea. Al abogado le incumbe lo que podríamos llamar el concepto oficial de la situación. A menudo el sociólogo trata con conceptos realmente extraoficiales. Para el abogado, lo que debe comprender esencialmente es cómo considera la ley a un tipo determinado de criminal. Para el sociólogo resulta igualmente importante la manera en que el criminal considera la ley. En consecuencia, formular preguntas sociológicas presupone que estamos interesados en mirar un poco más adelante de las metas comúnmente aceptadas u oficialmente definidas de las acciones humanas. Presupone un cierto conocimiento de que los sucesos humanos tienen diferentes niveles de significado, algunos de los cuales se ocultan de la conciencia de la vida diaria. Incluso puede presuponer cierto grado de recelo acerca de la forma en que las autoridades interpreten oficialmente los sucesos humanos, ya sean de un carácter político, judicial o religioso. Si estamos dispuestos a llegar tan lejos, perecería evidente que no todas las circunstancias históricas son igualmente favorables para el desarrollo de la perspectiva sociológica. En consecuencia, parecería plausible que el pensamiento sociológico tendría mejor oportunidad para desarrollarse en circunstancias históricas caracterizadas por fuertes sacudidas al concepto propio de una cultura, especialmente al oficial y autorizado, el cual es aceptado generalmente. Únicamente en tales circunstancias es probable que los hombres perceptivos se sientan motivados a pensar más allá de las aseveraciones de este concepto propio y, como resultado de ello, se oponen a las autoridades. Albert Salomon ha sostenido convenientemente que el concepto de “sociedad”, en su sentido sociológico moderno, podría surgir sólo como las estructuras normativas de la cristiandad y después de que fueron destruidos los anciens régimes. Por lo tanto, podemos concebir otra vez a la “sociedad” como la estructura oculta de un edificio cuya fachada exterior esconde esta estructura de la vista del público. En la cristiandad medieval, la “sociedad” se hizo invisible por la imponente fachada religioso-política que constituía el mundo común del hombre europeo. Como señaló Salomon, la fachada política más mundana del estado absoluto realizó la misma función después de que la Reforma rompió la unidad de la cristiandad. Fue con la desintegración del estado absoluto que la estructura subyacente de la “sociedad” empezó a verse: esto es, un mundo de motivos y de fuerzas que no podría comprenderse en términos de las interpretaciones oficiales de la realidad social. Entonces, la perspectiva sociológica puede sobreentenderse en razón de expresiones tales como “percatarse”, “examinar detrás”, en forma muy parecida a la manera en que estas frases se emplearían en el lenguaje común —“adivinar su juego”, "mirar tras bastidores”— en otras palabras, “estar al corriente de todos los trucos”. No estaremos muy lejos de la verdad si consideramos el pensamiento sociológico como una parte de lo que Nietzsche llamó el “arte de la desconfianza”. Retomemos en lugar de ello a la proposición de que la perspectiva sociológica implica un proceso de “comprensión” a través de las fachadas de las estructuras sociales. Podríamos considerar esto en términos de una experiencia común de la gente que habita en las grandes ciudades. Una de las fascinaciones que posee una gran ciudad es la inmensa variedad de actividades humanas que tienen lugar tras las hileras de casas aparentemente anónimas y perpetuamente iguales. Una persona que vive en una ciudad como ésta experimentará una y otra vez sorpresa o inclusive emoción cuando descubre las extrañas actividades en las que se entretienen algunos hombres, bastante discretamente, en casas que, desde el exterior, se parecen a todas las demás que están situadas en una calle determinada. Al vivir esta experiencia una o dos veces, nos encontraremos repetidamente caminando por una calle, quizás a últimas horas de la tarde, y preguntándonos lo que puede estar sucediendo bajo las brillantes luces que se transparentan por una hilera de cortinas corridas. ¿Una familia común entregada a una agradable conversación con sus invitados? ¿Una escena de desesperación que se desarrolla en medio de la enfermedad o la muerte? ¿O una escena de placeres lujuriosos? ¿Tal vez un culto extraño o una peligrosa conspiración? Las fachadas de las casas no pueden decimos nada, proclamando únicamente una conformidad arquitectónica con los gustos de algún grupo o clase social que inclusive puede que ya no resida en esa calle. Los misterios sociales se ocultan tras las fachadas. El deseo de penetrar hasta estos misterios es análogo a la curiosidad sociológica. En algunas ciudades atacadas súbitamente por la calamidad, este deseo puede realizarse de manera repentina. Las personas que han experimentado bombardeos en épocas de guerra, saben de los encuentros súbitos con los inesperados (y algunas veces, con los inimaginables) compañeros ocupantes del refugio contra incursiones aéreas del edificio de apartamentos en el que uno vive. O pueden recordar la sobrecogedora escena matinal de una casa alcanzada por una bomba durante la noche, partida exactamente en dos, con la fachada arrancada y el interior, antes oculto, descubierto despiadadamente a la luz del día. Pero en la mayoría de las ciudades en donde se puede vivir normalmente, debemos horadar las fachadas por nuestras propias intrusiones investigadoras. De manera similar, existen situaciones históricas en las que las fachadas de la sociedad son desmembradas violentamente y todos, menos los más indiferentes, nos vemos obligados a ver que siempre existe una realidad detrás de las fachadas. Por regla general, esto no sucede y las fachadas siguen haciéndonos frente con una estabilidad aparentemente de roca. Por tanto, la percepción de la realidad que existe tras las fachadas exige un gran esfuerzo intelectual. Algunos ejemplos de la forma en que la sociología “ve tras” las fachadas de las estructuras sociales, podrían servir para esclarecer aún más nuestro argumento. Consideremos, por ejemplo, la organización política de una comunidad. Si deseamos descubrir la manera en que es gobernada una moderna ciudad estadounidense, es muy fácil obtener la información oficial acerca de este tema. La ciudad poseerá una carta constitucional, que rige según las leyes del estado. Con cierto asesoramiento de individuos bien informados, podemos considerar diversas leyes que definen la constitución de la ciudad. Así, podemos enteramos de que esta comunidad particular posee una forma de administración en la que el gobierno está en manos de un regente municipal, o que las afiliaciones de partido no aparecen en las boletas en elecciones municipales, o que el gobierno de la ciudad participa en una jurisdicción regional de aguas. De manera similar, por la lectura de algunos periódicos, podemos alterarnos de los problemas políticos reconocidos de la comunidad. Podemos leer que la ciudad proyecta adicionar cierta zona suburbana, o que ha habido un cambio en las leyes de división en zonas de la ciudad con el fin de facilitar el desarrollo industrial en otra aérea, o incluso que uno de los miembros del ayuntamiento de la ciudad ha sido acusado de valerse de su cargo para su provecho personal. Todas estas cosas ocurren todavía, por decirlo así, en el nivel visible, oficial o público, de la vida política. Sin embargo, necesitaríamos ser excesivamente ingenuos para creer que este tipo de información nos proporciona una imagen cabal de la realidad política de esta población. E1 sociólogo deseará conocer más que nada la composición electoral, todos los grupas de votantes que constituyen la “estructura informal del poder” (como la ha llamado Floyd Hunter, un sociólogo estadounidense interesado en tales estudios), que es una configuración de hombres y de los poderes que paseen que no podemos averiguar en ninguna ley y de los que probablemente no podemos enterarnos por los periódicos. El científico político o el experto jurídico podrían encontrar muy interesante comparar la carta constitucional de la ciudad con las constituciones de otras comunidades similares. El sociólogo estará mucho más interesado en descubrir la forma en que los poderosos intereses creados influyen o incluso controlan las acciones de los funcionarios electos bajo la carta constitucional. Estos intereses creados no los descubriremos en el ayuntamiento, sino más bien en los despachos de los funcionarios ejecutivos de las compañías que puede que ni siquiera estén radicadas en esta localidad, en las mansiones privadas de un puñado de hombres poderosos, quizá en las oficinas de algunos sindicatos obreros o inclusive, en algunos casos, en los cuarteles generales de las organizaciones criminales. Cuando el sociólogo se interesa en el poder, “mirará tras” los mecanismos oficiales que se supone regulan el poder en la comunidad. Esto no significa necesariamente que considerará los mecanismos oficiales totalmente ineficaces o que los definirá legalmente como completamente ilusorios. Consideremos otro ejemplo. Las denominaciones protestantes en este país se diferencian enormemente en lo que llaman su “forma de gobernarse”, o sea, la manera oficialmente definida en que funciona la secta. Podemos hablar de una “forma de gobierno” episcopal, de una presbiteriana o de una congregacional (dando a entender con esto no las denominaciones o sectas llamadas por estos nombres, sino las formas de gobierno eclesiástico que comparten las diferentes sectas; por ejemplo, la forma de gobierno episcopal compartida por los episcopales y los metodistas, la congregacional compartida por los congregacionalistas y los bautistas). Casi en todos los casos, la “política” o forma de gobierno de una denominación es el resultado de una larga evolución histórica y se basa en una exposición teológica razonada sobre la cual los expertos en doctrina eclesiástica siguen disputando. No obstante, un sociólogo interesado en estudiar el gobierno de las sectas estadounidenses haría bien en no detenerse demasiado en estas definiciones oficiales. Pronto descubrirá que los problemas reales del poder y la organización tienen poco que ver con la “forma de gobierno” en el sentido teológico.: Encontrará que la forma básica de organización en todas las sectas de cualquier tamaño es burocrática. La lógica de la conducta administrativa viene determinada por los procesos burocráticos, sólo rara vez por los fundamentos de un punto de vista episcopal o congregacional. Por esta razón, el investigador sociológico “adivinará” rápidamente la masa de confusa terminología que caracteriza, a los funcionarios de la burocracia eclesiástica e identifica correctamente a los que poseen el poder ejecutivo, sea que se llamen “obispos”, “clérigos regulares” o “presidentes del sínodo”. Comprendiendo que la organización sectaria pertenece a las variedades mucho más grandes de la burocracia, el sociólogo podrá, pues, darse cuenta de los procesos que ocurren en la organización para observar las presiones internas y externas a las que se ven sometidas por personas que teóricamente ocupan los cargos administrativos. En otras palabras, tras la fachada de una “forma de gobierno episcopal”, el sociólogo percibirá los fundamentos de un instrumento burocrático que no difiere demasiado en la iglesia metodista, en un organismo del gobierno federal, en la General Motors o en el Sindicato de Trabajadores Unidos de la Industria Automovilística. Permítasenos considerar un ejemplo más. En los países occidentales, y especialmente en los Estados Unidos, se da por sentado que los hombres y las mujeres se casan porque están enamorados. Existe una mitología popular ampliamente fundamentada acerca del carácter del amor como una emoción violenta e irresistible que se arraiga en donde quiere, un misterio que constituye la meta de la mayoría de los jóvenes y a menudo también de los que no son tan jóvenes. Sin embargo, en cuanto investigamos cuál es la gente que se casa realmente, descubrimos que las flechas de Cupido parecen estar dirigidas bastante firme mente dentro de canales muy definidos de dase, ingresos, educación y antecedentes raciales y religiosos. Si investigamos entonces un poco más en la conducta a la que se comprometen antes del matrimonio, de acuerdo con el eufemismo bastante engañoso del “noviazgo”, descubrimos canales de interacción frecuentemente rígidos hasta el punto de parecer un ritual. Empezamos a sospechar que, en Ja mayor parte de las ocasiones, no es tanto la emoción del amor la que crea un tipo determinado de relación, sino que las relaciones cuidadosamente definidas de antemano y a menudo planeadas generan finalmente la emoción deseada. En otras palabras, cuando se cumplen o son erigidas ciertas condiciones, nos permitimos “enamoramos”. El sociólogo que investiga nuestras normas de “noviazgo” y matrimonio, pronto descubre una compleja trama de motivos relacionados en muchas formas con toda la estructura institucional dentro de la cual un individuo pasa su vida: la clase, la profesión, las ambiciones económicas y las aspiraciones de poder y prestigio. El milagro del amor empieza a parecemos ahora un poco sintético. Por otra parte, esto no significa necesariamente que en algún caso determinado el sociólogo declare que la interpretación romántica es una ilusión. Pero, una vez más, mirará más allá de las interpretaciones proporcionadas directamente y aprobadas públicamente. Contemplando a una pareja que contempla a su vez la luna, el sociólogo no necesita sentirse forzado a negar el choque emocional de la escena así iluminada. Pero observará el mecanismo que participó en la construcción de la escena en sus aspectos no lunares: el índice de condición social que es el automóvil desde el cual se realiza la contemplación, los cánones de gusto y de táctica que determinan la indumentaria de los enamorados, las muchas formas en que el lenguaje y el porte los sitúa socialmente y por lo mismo la posición social y lo intencional de toda la actividad. En realidad, esta misma capacidad para observar una situación desde las posiciones ventajosas de los sistemas de interpretación en competencia, es una de las marcas distintivas de la conciencia sociológica, como lo veremos después más claramente. Por lo tanto, quisiéramos afirmar que existe un motivo de desenmascaramiento y demostración de mentira o exageración inherente a la conciencia sociológica. El sociólogo se verá forzado, una y otra vez, por la lógica misma de su disciplina, a bajar del pedestal los sistemas sociales que estudia. Esta tendencia a desenmascarar no se debe forzosamente al temperamento o a las inclinaciones del sociólogo. En realidad, puede suceder que el sociólogo, que como individuo puede ser de una disposición conciliatoria y totalmente desafecto a alterar las cómodas suposiciones en las que basa su propia existencia social, se vea obligado, no obstante, por su trabajo, a hacer frente a lo que dan por sentado las personas que lo rodean. En otras palabras, quisiéramos afirmar que las raíces del motivo para desenmascarar en sociología, no son sicológicas, sino metodológicas. El marco de referencia sociológico, con su procedimiento —que forma parte de su estructura misma— de buscar niveles de realidad diferentes de los que se dan en las interpretaciones oficiales de la sociedad, lleva consigo un imperativo lógico de desenmascarar las simulaciones y la propaganda por medio de la cual los hombres encubren sus mutuas acciones. Este imperativo de desenmascaramiento es una de las características de la sociología, particularmente en nuestro país en las condiciones de la era moderna. Hemos sugerido antes que es probable que la candencia sociológica surja cuando se tornen débiles o vacilantes las interpretaciones de la sociedad comúnmente aceptadas o expuestas de manera autoritaria. Como hemos dicho antes, existe un buen argumento a favor de juzgar los orígenes de la sociología en Francia (la madre patria de la disciplina) en función de un esfuerzo por hacer frente intelectualmente a las consecuencias de la Revolución Francesa, no sólo las del gran cataclismo de 1789, sino las derivadas de lo que De Tocqueville llamó la Revolución continua del siglo XIX. En el caso de Francia, no es difícil imaginar la sociología frente al medio ambiente de las rápidas transformaciones de la sociedad moderna, el derrumbamiento de las fachadas, la deformación de las antiguas creencias y la aparición en la escena social de fuerzas nuevas realmente temibles. En Alemania, el otro país europeo en el que surgió un importante movimiento sociológico en el siglo XIX, la cuestión tiene un aspecto totalmente diferente. Cuando menos en todas las sociedades occidentales es posible distinguir entre sectores respetables y no respetables. En este sentido, la sociedad estadounidense no ocupa una posición única en su género. Pero la respetabilidad estadounidense posee una cualidad particularmente penetrante. Tal vez esto puede atribuirse en parte a los prolongados efectos resultantes de las costumbres puritanas. Esto tiene que ver más probablemente con el papel predominante que desempeñó la burguesía en la formación de la cultura estadounidense. Sea cual sea su origen histórico, es fácil observar las fenómenos sociales en los Estados Unidos y situarlos cómodamente en uno de estos dos sectores. Podemos columbrar a los Estados Unidos oficiales y respetables representados simbólicamente por la Cámara de Comercio, las iglesias, las escuelas y otros centros de ceremonias cívicas. Pero frente a este mundo de respetabilidad se encuentran los “otros Estados Unidos”, presentes en todas las ciudades independientemente de su tamaño, unos Estados Unidos que poseen otros símbolos y se expresan en otro lenguaje. Este lenguaje es probablemente su marca de identificación más segura; es el lenguaje de la sala de apuestas y de los juegos de poker, de los bares, los burdeles y los cuarteles. Pero también es el lenguaje que comienza a emplearse con un suspiro de alivio entre dos vendedores que toman una copa en el coche salón cuando su tren deja tras las pequeñas y limpias aldeas del Medio Oeste en una mañana de domingo, con los limpios aldeanos entrando en tropel en los blanqueados santuarios. Es el lenguaje que se reprime cuando se está en compañía de damas o de clérigos y que debe su existencia principalmente a la transmisión oral de una generación a otra de Huckleberry Finns. (Si bien en años recientes el lenguaje ha encontrado una disposición literaria en algunos libros destinados a emocionar a las damas y a los clérigos.) Los “otros Estados Unidos” que hablan este lenguaje pueden encontrarse dondequiera que la gente es excluida, o se excluye a sí misma, del mundo decoroso de la clase media. Lo descubrimos en aquellos sectores de la clase trabajadora que no se han adelantado aún demasiado en el camino del aburguesamiento, en los barrios bajos, en los municipios poblados por casuchas y en aquellas partes de las ciudades que los sociólogos urbanos han llamado “zonas de transición”. Lo encontramos expresado fuertemente en el mundo del negro estadounidense. También damos con él en los submundos de aquellas personas que por una razón u otra se han apartado voluntariamente de Main Street y de la Avenida Madison; en los obsesionados, los homosexuales, los vagabundos y demás “hombres marginales” en los mundos que se mantienen a salvo fuera de la vista en las calles en donde vive gente refinada que trabaja y se divierte en famille (aunque en algunas ocasiones estos mundos pueden resultar bastante convenientes para los varones pertenecientes a la clase de "gente refinada”, precisamente en aquellas ocasiones en que se encuentran felizmente sans famille). Esta perspectiva no respetable sobre la escena estadounidense puede observarse con más claridad en la figura de Thorstein Veblen, uno de los primeros sociólogos importantes de los Estados Unidos. Su propia biografía constituye un ejercido de la teoría del marginalismo: un carácter difícil y querellante; nacido en una granja noruega en la frontera del Estado de Wisconsin; adquirió el inglés como un lenguaje extranjero; mezclado toda su vida con individuos moral y políticamente sospechosos; un emigrado académico; seductor inveterado de las esposas de los demás. La perspectiva lograda sobre los Estados Unidos desde este ángulo de visión puede encontrarse en la abierta sátira que aparece como una sangrienta amenaza en toda la obra de Veblen, de la cual la más famosa es su Theory of the Leisure Class, que observa despiadadamente desde la parte más baja las pretensiones de la haute bourgeoisie estadounidense. La opinión de Veblen de la sociedad puede sobreentenderse más fácilmente como una serie de ideas no rotarías: su comprensión del “consumo ostentoso”, o “consumo de prestigio”, comparado con el entusiasmo de la clase media por las “cosas más finas”, su análisis de los procesos económicos en términos de manipulación y despilfarro comparados con el carácter de productividad estadounidense, su comprensión de las maquinaciones ,que tienen lugar en la especulación de bienes raíces comparadas con la ideología de la comunidad estadounidense; y, lo más satírico de todo, su descripción de la vida académica (en The Higher Learning in America) en términos del fraude y la presunción comparada con el culto estadounidense a la educación. No nos asociamos aquí con un cierto neoveblenismo que se ha puesto en boga entre algunos de los sociólogos más jóvenes estadounidenses, ni afirmamos que Veblen fue un gigante en el desarrollo de este campo. Nos limitamos a señalar su irreverente curiosidad y su visión penetrante como las características de una perspectiva proveniente de aquellos lugares de la cultura en que uno se levanta para afeitarse el domingo alrededor del mediodía. Tampoco afirmamos que la visión penetrante sea un rasgo general de la poca respetabilidad. La estupidez y la lentitud de pensamiento probablemente se distribuyen en forma bastante equitativa en todo el espectro social. Pero donde existe inteligencia y donde ésta procura liberarse de las anteojeras de la respetabilidad, podemos esperar una visión más clara de la sociedad que en los casos en que se toma la fantasía retórica como si fuese la vida real. El consejo que da a sus discípulos Robert Park, la figura más importante en este desarrollo, en el sentido de que deben ensuciarse las manos con la investigación, con bastante frecuencia significa de manera literal un interés intenso en todas las cosas que los residentes de North Shore llamarían “sucias”. En muchos de estos estudios sentimos la excitación de descubrir las picarescas partes bajas de la metrópoli: los estudios de la vida de los barrios bajos, del mundo melancólico de las casas de huéspedes, del Skid Row y de los mundos del crimen y la prostitución. Uno de los vástagos de la llamada “escuela de Chicago” es el estudio sociológico de los oficios o profesiones, debido en gran parte al trabajo de precursor de Everett Hughes y sus discípulos. Aquí encontramos también una fascinación con todos los mundos posibles en los que los seres humanos viven y hacen su vida, no sólo con los mundos de las profesiones respetables, sino con aquellos del chofer de taxi, del conserje de las casas de apartamentos, del boxeador profesional o del músico de jazz. La misma tendencia puede descubrirse en el curso de los estudios de la comunidad estadounidense que se llevaron a cabo a raíz de los famosos estudios Middletown de Robert y Helen Lynd. Estos estudios tuvieron que desviarse inevitablemente de las versiones oficiales de la vida de la comunidad para observar la realidad social de la comunidad no sólo desde la perspectiva del ayuntamiento sino también desde la de la cárcel de la ciudad. Tal procedimiento sociológico constituye tpso jacto una refutación de la respetable suposición de que únicamente ciertos aspectos del mundo deben considerarse seriamente. No quisiéramos dar una impresión exagerada del efecto que tienen tales investigaciones en la conciencia de los sociólogos. Conocemos muy bien los elementos de indagación de intimidades y de romanticismo inherentes a algunas de ellas. También sabemos que muchos sociólogos participan de Heno en él respetable Weltanschauung como todos los demás miembros de la PTA (Asociación de Padres y Maestros) de su cuadra. No obstante, afirmaríamos que la conciencia sociológica nos predispone hacia un conocimiento del mundo diferente al de la respetabilidad de la clase media, un conocimiento que lleva en sí mismo las semillas de la no respetabilidad intelectual. En el segundo estudio Middletown, los Lynd nos proporcionan un análisis clásico de la mentalidad de los miembros de la clase media de los Estados Unidos en su serie de "afirmaciones obvias”, o sea, las afirmaciones que representan un consenso tan marcado que las respuestas a cualquier pregunta que se haga respecto a ellas por regla general van precedidas de las palabras “por supuesto”. “¿Es la nuestra una economía de libre empresa?” “¡Por supuesto!” “¿Tomamos todas nuestras decisiones importantes mediante el proceso democrático?” “¡Por supuesto!” “¿Es la monogamia la forma natural del matrimonio?” “¡Por supuesto!” El sociólogo, por muy conservador y conformista que pueda ser en su vida privada, sabe que pueden surgir serias controversias acerca de cada una de estas “afirmaciones obvias”. Par el solo hecho de saberlo llega hasta el umbral de la no respetabilidad. Antes de concluir el capítulo, quisiéramos observar una vez más este fenómeno de relativización del que ya nos hemos ocupado ligeramente en unas cuantas ocasiones. Quisiéramos decir ahora explícitamente que la sociología armoniza tanto con las condiciones de la era moderna precisamente porque representa el conocimiento de un mundo en el que los valores se han hecho radicalmente relativos. Esta relativización ha llegado hasta el punto a ser una parte de la imaginación cuotidiana que nos resulta difícil comprender por completo cuán unidas y absolutamente ligadas han estado —y en algunos lugares lo están aún— las visiones del mundo de otras culturas. El sociólogo estadounidense: Daniel Lemer; en su estudio de los países del Oriente Medio (The Passing of Traditional Society), nos ha proporcionado un retrato vivido de lo que significa el “modernismo” como un tipo de estado consciente enteramente nuevo en aquellos países. Para la mentalidad tradicional, somos lo que somos, el lugar donde estamos, y ni siquiera es posible imaginar cómo podríamos ser algo diferente. En cambio, la mentalidad moderna es móvil, participa por substitución imaginaria en las vidas de personas que residen en lugares diferentes del nuestro y puede imaginarse fácilmente cambiando de oficio o de residencia. El director de un club de libros nos dice qué es la cultura, el decorador de interiores el gusto que debemos tener y el sicoanalista quiénes somos. Vivir en una sociedad moderna significa vivir en el centro de un calidoscopio de papeles siempre cambiantes. La proporción sin precedentes de la movilidad geográfica y social que existe en la sociedad moderna, significa que hemos llegado a estar expuestos a una variedad nunca vista de formas de observar el mundo. Los conocimientos de otras culturas que podríamos reunir viajando, son conducidos hasta nuestra propia sala a través de los medios publicitarios en masa. En otro tiempo, alguien definió el refinamiento urbano como la capacidad para permanecer totalmente imperturbable cuando vemos frente a nuestra casa a un hombre ataviado con un turbante y un taparrabo, con una serpiente enroscada en tomo a su cuello, tocando una especie de tambor oriental al mismo tiempo que conduce calle abajo a un tigre amarrado. Sin duda, existen grados para este refinamiento, pero todo niño que ve la televisión la adquiere en cierta medida. También, indudablemente, esta falta de simplicidad es generalmente sólo superficial y no se extiende de ningún aferramiento a los modos de vida alternativos. No obstante, la posibilidad enormemente dilatada de viajar, en persona y por conducto de la imaginación, denota cuando menos potencialmente el conocimiento de- que nuestra propia cultura, incluyendo sus valores básicos, es relativa en espacio y tiempo. La movilidad social, o sea, el movimiento de un estrato social a otro, aumenta este efecto relativista. Siempre que se lleva a cabo una industrialización, se inyecta un nuevo dinamismo al sistema social. Las masas empiezan a cambiar su posición social, en grupos o individualmente. Y por regla general este -cambio se realiza en dirección “ascendente”. Con este movimiento la vida de un individuo comprende una notable jornada, no sólo a través de una diversidad de grupos sociales, sino de los universos intelectuales asignados, por decirlo así, a estos grupos. Pero para sus antiguos aprehensores esta conciencia transformada representa un breve destello de comprensión auténtica entre largos períodos de ignorancia. Y para los prisioneros que decidieron no regresar, su transformación puede parecer aún como el paso decisivo de la oscuridad a la luz. Baste decir aquí que este motivo relativizante es una más de las fuerzas motrices fundamentales de la actividad sociológica. En este capítulo tratamos de bosquejar las dimensiones de la conciencia sociológica por medio del análisis de tres motivos: el del desenmascaramiento, él de la no respetabilidad el de la relativización. Para terminar, agregaremos a estos tres uno más, motivo mucho menos transcedental en sus inferencias, pero útil para redondear nuestra descripción: el motivo cosmopolita. Fuente: Berger, Peter. Introducción a la sociología. Editorial Limusa Wiley, México, 1967. [Fragmentos] Introducción a la sociología (1963)
Peter Berger Cap. 1: La sociología como un pasatiempo individual. Cap. 2: La sociología como una forma de conciencia. Fragmentos.
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Octubre 2020
AutorLeonardo Pittamiglio |