Henri de Saint-Simon (1760-1825)Entre los precursores que cita Comte en su breve catálogo de filósofos cuyo pensamiento ha influído en la constitución de la Sociología no figura el nombre de aquel que, sin duda alguna, ejerció una acción personal e intelectual más directa sobre su espíritu: el conde de Saint-Simon. Perteneciente a la aristocracia del antiguo Régimen, y habiendo transcurrido la mayor parte de su existencia durante el siglo XVIII—Saint-Simon nació en París el 17 de octubre de 1760; su vida se prolongaría hasta 1825—, este pensador representa, en efecto, el eslabón entre los enciclopedistas y el fundador de la Sociología, que lo proclamaba maestro suyo [...]. Situada, pues, en el gozne de dos siglos, la vida de Saint-Simon dominaba ambas vertientes, y estaba cargada de experiencias. Había participado en las luchas de emancipación de la América del Norte, y había asistido a la Revolución francesa, a la que saludó con alborozo, no hallando en ella otro motivo de crítica sino el de no haber profundizado bastante en la deducción de las consecuencias implícitas en sus principios, extrayendo sus últimas posibilidades. [...]. Saint-Simon había recogido de los enciclopedistas la preocupación de coronar el edificio de las Ciencias con una Física social o teoría positiva de la sociedad. La Gran Revolución —que se produjo cuando él era ya un hombre maduro— vino a completar sus ideas, de un corte sociológico todavía confuso, pero cargadas de futuro dentro de su carácter asistemático y precientífico. Por lo pronto, ya él atribuye a la Física social la misión de poner término a la terrible crisis en que había caído la sociedad, anticipando o, mejor dicho, fundando resueltamente un punto de vista cuya radicalidad para nuestra disciplina nunca se habrá ponderado bastante. Percibe también que las realidades sociales sólo pueden captarse en la participación activa, y desde dentro; y en este hecho basa, hasta cierto punto, la posibilidad y perspectivas de aquella misión salvadora frente al caos. Por eso, su atención está más enfocada hacia el futuro que hacia el pasado o el presente. “La Filosofía del siglo XVIII ha sido revolucionaria; la Filosofía del siglo XIX debe organizar.” “La reorganización social está reservada al siglo XIX”, repite. Y ¿cuáles serán los rasgos del nuevo orden? Deberá “combinar la asociación en interés de la mayoría de los asociados”. Se trata de producir una integración que incorpore el pueblo a la Sociedad, asociándolo con sus jefes en calidad de colaborador y no como mero súbdito. Aspírase en definitiva a una organización igualitaria, de la que se excluyan no sólo todos los privilegios procedentes del nacimiento, sino en general toda especie de privilegio, ya que el principio de la asociación sustituirá en ella al principio de la dominación. Dentro de la futura sociedad el criterio decisivo de la organización será el trabajo. “En la industria (entendida en una acepción amplia) residen en último término todas las fuerzas reales de la sociedad”, escribe Saint-Simon en el Catéchisme des Industriels. En una sociedad de trabajadores, por otra parte, todo tiende hacia el orden de modo natural, por cuanto que ella expresa rectamente las verdaderas fuerzas sociales; el desorden proviene siempre de los ociosos... A esta sociedad se llega, según la visión saint-simoniana, en un proceso cuyo desarrollo se explica mediante el juego de las siguientes tendencias que bien pudiéramos caracterizar como leyes sociales: en primer lugar, la tendencia a una continuada extensión del principio de asociación desde grupos humanos muy pequeños, pasando por grupos cada vez mayores, hasta el formado por la humanidad entera; en segundo lugar, la tendencia el progreso en el conocimiento e inteligencia humana, desde las culturas primitivas hasta la civilización superior, progreso que se observa en despliegue paralelo al de la sociedad. Al describirlo, esboza Saint-Simon la ley comtiana de los tres estados, como una de tantas anticipaciones ofrecidas en su pensamiento a la ciencia sociológica. Tales estados serían: feudalismo, revolución y sociedad industrial; o, en otros términos, las formas económicas feudal, liberal y socialista... Puede advertirse, según esto, una comprensión de la dinámica social dentro de estructuras ordenadas. Así como la interpretación del presente a la manera de etapa crítica, abocado a la transición de una fase a otra, transición que, sin embargo, no debe superarse como efecto de ninguna especie de mecanismo externo, sino por obra de un conocimiento adquirido desde dentro y científicamente formulado. [...] Todavía es necesario completar estos rasgos con la indicación de una tercera línea tendencial en el proceso histórico: la del alivio que acompaña el proceso social en cuanto al hecho de la explotación del débil por el fuerte, en el tránsito desde las condiciones de la esclavitud a las de la servidumbre, y de las de ésta a las del asalariado, forma última de explotación que estaría destinada a desaparecer, sustituida por la cooperación. Fuente: Ayala, Francisco. Tratado de sociología. Aguilar, Madrid, 1959. Auguste Comte (1798-1857)Capear el temporal de los cambios ¿Qué tipo de persona podría inventar la sociología? Por supuesto alguien que haya vivido tiempos de cambios trascendentales. Comte (1798-1857) creció en los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa, que dio lugar a una radical transformación de su país. Y, si eso no fuera suficiente, otra revolución estaba de camino: las fábricas estaban proliferando en todo el continente europeo, cambiando de manera radical las vidas de toda la población. Del mismo modo que las personas que están bajo una tormenta no pueden evitar hablar del tiempo, aquellos que vivieron en los turbulentos tiempos de Comte fueron profundamente conscientes de los cambios en la sociedad. Atraído desde su pequeña localidad natal por el bullicio de París, Comte se vio rápidamente envuelto en los excitantes acontecimientos de su tiempo. Más que ninguna otra cosa, quería entender el drama humano que se estaba desarrollando a su alrededor. Comte estaba convencido de que una vez poseyeran el conocimiento de la manera en que funcionaba la sociedad, las personas serían capaces de construirse un futuro mejor. Dividió su nueva disciplina en dos partes: cómo se mantiene unida la sociedad (lo que llamó estática social), y cómo cambia la sociedad (dinámica social). A partir de las palabras griegas y latinas que significan «estudio de la sociedad», Comte denominó a su trabajo «sociología». Macionis, John J. y Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011. Habida cuenta del significado que, en todo caso, inviste la constitución de una nueva ciencia como disciplina independiente, se advertirá que la usual atribución a Comte del título de fundador de la Sociología no tiene un mero valor anecdótico ni es siquiera cuestión secundaria. Por de pronto, a él se debe, como sabemos, el nombre de nuestra ciencia, y no podría ignorarse el poder formativo que la denominación comporta cuando se trata de objetos culturales. Pero es que, además, le prestó una primera acuñación cuyos rasgos generales la han dotado de fisonomía permanente y, digámoslo, definitiva. Pues no sólo estableció la posibilidad, legitimidad y urgencia de convertir la materia social en objeto de conocimiento científico, y no sólo impuso a este conocimiento científico un nombre—el de Sociología—luego universalmente aceptado, sino que también fijó los ideales permanentes de la nueva ciencia (en cuanto que se dirige a racionalizar en su movimiento y estructuras la conducta social del hombre) y las condiciones en que puede desenvolverse. Augusto Comte nació en el año 1798, apenas transcurridos los más agudos acontecimientos de la Gran Revolución (“la crisis salutífera cuya principal fase había precedido a mi nacimiento”, según él mismo escribe [...]. Una cabal inteligencia de la obra de Comte exige tener en cuenta, tanto las influencias intelectuales que recibiera, como las influencias ambientales. Con ello se atenderá a un requisito metódico que él mismo hubo de establecer con carácter de generalidad, y que, ante todo, debe ser aplicado a sus propias construcciones. Interesa, pues, consignarlo: toda su generación está dominada por el gran acontecimiento histórico sin el cual —son también palabras suyas—ni la teoría del progreso ni, por consiguiente, la ciencia social hubieran sido posible: la Revolución francesa. [...] En 1818 se produce su fecundo encuentro con Saint-Simon, casi cuarenta años mayor que él, entablándose una amistad que había de tener poderoso influjo en su obra, influjo cuyo alcance ha sido discutido, sin embargo, la raíz del desentendimiento ulterior de ambos pensadores y de las indicaciones del propio Comte, empeñado en negarlo. Mas, con todo, parece indudable que la imaginación vivaz de Saint-Simon actuó como poderoso estimulante sobre el pensamiento de su joven amigo durante los seis años que duró la relación entre ambos; en esa época, Comte se complace en nombrarse discípulo suyo. En 1824 ya se ha separado de él por completo. [...] más tarde tomarían pie varios de sus discípulos para acusar de inconsecuencia a Comte, pretendiendo incompatibilidad entre el sentido de su obra filosófica y el intento, contenido en su Política positiva, de transformar sus resultados en una religión. “He consagrado sistemáticamente mi vida a extraer en último extremo de la ciencia real las bases necesarias de la sana filosofía, según la cual debía construir después la verdadera religión.” En efecto, los diez últimos años de su vida están dedicados a organizar la Religión de la Humanidad. [...] Sin embargo, bajo distintos métodos, hay una fundamental coincidencia en el contenido de ambas fases, y no puede negarse la consecuencia profunda del intento comtiano de rematar en una concepción religiosa el sistema que pretendía fundar la sociedad futura. Es resultado de su concepción acerca de las raíces de la gran crisis de su tiempo. Piensa, en efecto, y con razón, que las instituciones dependen de las costumbres, y éstas de las creencias; y descubre en su época una total anarquía de convicción en todos los aspectos. Las perturbaciones del orden no obedecen a simples causas políticas, sino, más allá de ellas, a inestabilidad intelectual, esto es, a la falta de principios comunes a todos los espíritus, a la carencia de unas creencias universalmente acatadas. La base de toda sociedad se encuentra, en definitiva, en el consenso: acuerdo intelectual en un cuerpo de creencias compartidas. La estabilidad de este cuerpo de creencias es lo que funda la inmovilidad de las civilizaciones del Extremo Oriente, y lo que presta aplomo a las sociedades antiguas, tanto como a la Edad Media cristiana. La autoridad espiritual del Cristianismo es un objeto de admiración y hasta de veneración para Comte, pese a estar convencido de que su cuerpo de creencias ha perdido ya eficacia práctica y se ha hecho incapaz de prestar base al consenso. Pero la presencia de esa realidad, que estudia ampliamente, le estimula a buscar una reorganización de las creencias, sustituyendo la fe revelada por otra fe: la demostrada, capaz de fundar el nuevo consenso. Esta nueva fe había de estar basada en la comprobación de la verdad mediante el método científico —tal como el positivismo lo entiende—. La Religión de la Humanidad es, pues, la natural culminación y cierre del sistema comtiano; lejos de incurrir en la incongruencia de que se le ha acusado, acredita con ella su profundidad y el enorme vigor de sus intuiciones. [...] Para el positivismo sólo es legítimo y firme un conocimiento que transcriba en fórmulas racionales los datos de la experiencia sensible. La realidad no puede ser captada sino a través de los fenómenos y sus relaciones; la comprobación en ellas de regularidades permite desprender sus leyes y apresar así los principios de validez universal que pueden suministrarnos alguna indicación indirecta acerca de su esencia. Comte descubre un dualismo en cuanto a los métodos del pensamiento, pues mientras para una clase de fenómenos se emplea la explicación causal (fenómenos mecánicos, astronómicos, físicos, químicos y hasta biológicos, cuyas leyes se investigan y utilizan), para otros (tales los que tienen su campo en el interior de la conciencia del hombre o en su actuación histórica y social) se emplea la especulación libre que parte de concepciones metafísicas. Ambas actitudes mentales son, sin embargo, incompatibles desde un punto de vista lógico: el conocimiento reclama una perfecta coherencia metódica. Su coexistencia en la realidad, y el hecho de que el primer método aparezca ganando terreno y desplazando al segundo, le conduce hacia su descubrimiento de la célebre ley de los tres estados, cuya primera inspiración debe encontrarse en las ideas de Saint-Simon. Comte la enuncia ya en 1822: “Por la naturaleza misma del espíritu humano, cada rama de nuestros conocimientos está por fuerza sujeta en su marcha a pasar sucesivamente por tres estados teóricos diferentes: el estado teológico o ficticio, el estado metafísico y abstracto y, por último, el estado científico o positivo.” Y al comienzo de su Curso de Filosofía positiva repite en idénticas palabras el enunciado de la “gran ley fundamental” que dice haber descubierto, explicándola todavía así: “En otros términos, el espíritu humano, por su naturaleza, emplea sucesivamente en cada una de sus búsquedas tres métodos de filosofar, cuyo carácter es esencialmente diferente y hasta radicalmente opuesto: primero, el método teológico; luego, el método metafísico, y, por último, el método positivo. De ahí tres clases de filosofías, O de sistemas generales de concepciones sobre el conjunto de los fenómenos, que se excluyen mutuamente: la primera es el punto de partida necesario de la inteligencia humana; la tercera, su estado fijo y definitivo; la segunda está sólo destinada a servir de transición.” Debe entenderse que los términos “teológico” y “metafísico” son tomados aquí en una acepción muy particular: el primero, como interpretación de los fenómenos naturales mediante causas sobrenaturales y arbitrarias; el segundo, como una repetición del precedente en términos más pálidos y desvanecidos. Comte trata de demostrar la ley de los tres estados por un doble procedimiento: en primer lugar, remitiéndose a la Historia, donde se evidencia que muchas ramas del saber humano han recorrido las tres etapas, y aquellas que no han alcanzado la positiva siguen, cuando menos, la curva de evolución que conduce a ella: en segundo lugar, remitiéndose a la naturaleza del hombre, que le impone al comienzo una interpreción antropomórfica de la realidad y que, a través de la especialización social, le lleva luego a descubrir las leyes objetivas de esta misma realidad. La clasificación de las ciencias que hace es una aplicación de la Ley de los tres estados, cuyo descubrimiento permitió fundar la Sociología y, con ello, integrar en un conjunto orgánico el saber humano. “En efecto —escribe Comte—, la fundación de la Física social, completando por fin el sistema de las ciencias naturales, hace posible e incluso necesario resumir los diversos conocimientos adquiridos, llegando entonces a un estado fijo y homogéneo, para coordinarlos presentándolos como otras tantas ramas de un tronco único...” [...] De igual manera que la Biología distingue el punto de vista anatómico del fisiológico, también la Sociología tiene que separar las condiciones estructurales de una sociedad y las leyes de su movimiento. De aquí las dos grandes partes en que dividió Comte el sistema de la sociología: estática social y dinámica social, división que conserva hasta la fecha su valor metódico y que puede estimarse como un punto de vista adquirido en forma definitiva, sobre todo si no se pretende ver en ella una especie de separación mecánica y artificiosa—contra lo que previene Comte con insistencia—, sino más bien una fecunda duplicidad de enfoques. “El dualismo de estática y dinámica, corresponde con exactitud perfecta, en el sentido político propiamente dicho, a la doble noción de orden y progreso” -escribe. Los tres órdenes principales de consideración sociológica, cada vez más compuestos y especiales, que se encadenan necesariamente, son los relativos a las condiciones generales de existencia social del individuo, de la familia y de la sociedad propiamente dicha, o sea la sociedad total. El individuo como tal no tiene existencia para la Sociología, ni siquiera realidad en sí mismo. En él se manifiesta esencialmente la sociabilidad en forma espontánea, en virtud de una tendencia instintiva a la vida en común, con independencia de todo cálculo personal y a veces contrariando los más enérgicos intereses individuales. Pero el espíritu científico no puede contemplar la sociedad humana como si en verdad estuviera compuesta de individuos. La verdadera unidad social consiste sólo en la familia, cuando menos reducida a la pareja elemental que constituye su principal base. [...] En cambio, la dinámica, definida como la ciencia del movimiento necesario y continuo de la Humanidad, ocupa ampliamente la atención de Comte, según era de prever, habida cuenta de su concepción de la Sociología dentro de unos supuestos de Filosofía de la Historia. Está centrada en la idea del progreso del género humano, cuyas leyes sociales pretende esclarecer, y parte del supuesto de una Humanidad única, O por mejor decirlo, unificada en la línea del progreso que es su principio motor. Pues la contradicción de tal supuesto con el hecho—que él mismo establece— de la presencia de grupos humanos aislados entre sí, y de la evidente diferencia de razas, queda salvada mediante una referencia a la unidad del proceso civilizador. “Para fijar más convenientemente las ideas importa establecer de antemano, por una indispensable abstracción científica, siguiendo el juicioso artificio instituido con fortuna por Condorcet, la hipótesis necesaria de un pueblo único, al que se transportarían idealmente todas las modificaciones sociales consecutivas observadas con efectividad en poblaciones distintas. Esta ficción racional se aleja mucho menos de la realidad de lo que suele suponerse: pues, desde el punto de vista político, los verdaderos sucesores de tal o cual pueblo son ciertamente aquellos que, utilizando y prosiguiendo sus esfuerzos primitivos, han prolongado sus progresos sociales, cualquiera que sea el suelo que habiten e incluso la raza de que provengan” (Curso, tomo 1V). Y más adelante (tomo V), al estudiar el proceso social en la Historia, razona la restricción lógica que le obliga a “concentrar esencialmente nuestro análisis científico sobre un sola serie social, es decir, a considerar exclusivamente el desarrollo efectivo de las poblaciones más avanzadas, descartando con escrupulosa perseverancia toda vana e irracional digresión sobre los otros diversos centros de civilización independiente, cuya evolución se ha detenido por cualquier causa en un estado más imperfecto... Nuestra exploración histórica deberá quedar casi únicamente reducida a la selección o a la vanguardia de la Humanidad, comprendiendo a la mayor parte de la raza blanca, o las naciones europeas, y hasta limitándonos para mayor precisión, sobre todo en los tiempos modernos, a los pueblos de la Europa occidental”. Sin la teoría del progreso no podría explicarse de ningún modo la dinámica social dentro de la sociología comtiana; ésta reposa [en la] ley de los tres estados que es la verdadera armadura de todo su pensamiento. “El verdadero principio científico de una tal teoría, me parece que consiste en la gran ley filosófica que yo he descubierto en 1822 sobre la sucesión constante e indispensable de los tres estados generales, primitivamente teológico, transitoriamente metafísico, y finalmente positivo, por los cuales pasa siempre nuestra inteligencia en un género cualquiera de especulación.” El progreso es, pues, concebido en su base como progreso intelectual, y se funda en la esencial condición humana, no perjudicada por cualesquiera variedades; se realiza, sobre la articulación de los tres estados, en una línea única de evolución sin la cual no sería posible interpretar la historia de la Humanidad como “marcha social hacia un término definido, aunque nunca alcanzado, por una serie de etapas determinadas necesariamente”. Ese término es “la unidad moral y religiosa de todos los hombres”. [...] Fuente: Ayala, Francisco. Tratado de sociología. Aguilar, Madrid, 1959. Francisco Ayala, España, 1906-2009.
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UNO: Auguste Comte: capear el temporal de los cambios¿Qué tipo de persona podría inventar la sociología? Por supuesto alguien que haya vivido tiempos de cambios trascendentales. Comte (1798-1857) creció en los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa, que dio lugar a una radical transformación de su país. Y, si eso no fuera suficiente, otra revolución estaba de camino: las fábricas estaban proliferando en todo el continente europeo, cambiando de manera radical las vidas de toda la población. Del mismo modo que las personas que están bajo una tormenta no pueden evitar hablar del tiempo, aquellos que vivieron en los turbulentos tiempos de Comte fueron profundamente conscientes de los cambios en la sociedad. Atraído desde su pequeña localidad natal por el bullicio de París, Comte se vio rápidamente envuelto en los excitantes acontecimientos de su tiempo. Más que ninguna otra cosa, quería entender el drama humano que se estaba desarrollando a su alrededor. Comte estaba convencido de que una vez poseyeran el conocimiento de la manera en que funcionaba la sociedad, las personas serían capaces de construirse un futuro mejor. Dividió su nueva disciplina en dos partes: cómo se mantiene unida la sociedad (lo que llamó estática social), y cómo cambia la sociedad (dinámica social). A partir de las palabras griegas y latinas que significan «estudio de la sociedad», Comte denominó a su trabajo «sociología». Macionis, John J. y Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011. DOS: Cambio, transformación y sociologíaLa sociología fue el fruto de las «enormes transformaciones sociales» de los últimos dos siglos. Dos grandes revoluciones (la Revolución Francesa de 1789 y la más generalizada «Revolución Industrial» que tuvo su origen en Inglaterra en el siglo XVIII) «disolvieron las formas de organización social bajo las cuales había vivido la humanidad durante milenios» (Giddens, 1986:4). Las enormes transformaciones que sufrió Europa en los siglos XVIII y XIX condujeron al nacimiento y desarrollo de la sociología. No es de extrañar que, a medida que se tambaleaban los cimientos de la sociedad y las tradiciones iban desmoronándose, las personas centraran su atención en el estudio de la sociedad. En un primer momento se produjeron una serie de descubrimientos científicos y aplicaciones tecnológicas que condujeron a una economía industrial basada en las fábricas. En segundo lugar, estas fábricas arrastraron a millones de personas desde las zonas rurales hacia las ciudades, que vieron aumentar su población de manera incontrolada. En tercer lugar, las personas que vivían en estas ciudades industriales en crecimiento empezaron a albergar nuevas ideas acerca de la democracia y los derechos políticos. Finalmente, las comunidades estables en las cuales las personas habían vivido durante siglos comenzaron a entrar en decadencia. Describimos a continuación cada una de estas cuatro etapas, aunque todas ellas se analizarán con más detalle en próximos capítulos. 1. Una nueva economía industrial: el crecimiento del capitalismo moderno Durante la Edad Media europea, la mayoría de la población cultivaba los campos próximos a sus hogares o se dedicaba a la manufactura (palabra derivaba de las raíces latinas que significan «hacerlo con las manos») a pequeña escala. Pero, a finales del siglo XVIII, los inventores habían conseguido aplicar nuevas formas de energía (en un primer momento la energía hidráulica y después la energía del vapor) en el funcionamiento de grandes máquinas, lo que dio lugar al nacimiento de las fábricas. Como consecuencia, en lugar de trabajar en sus casas o cerca de ellas, los trabajadores se convirtieron en parte de una fuerza de trabajo industrial gigantesca y anónima, y pasaron a trabajar duramente para los dueños de las fábricas a los cuales desconocían. Este cambio drástico en el sistema de producción debilitó la estructura familiar y erosionó las tradiciones que habían orientado las vidas de los miembros de las pequeñas comunidades humanas durante siglos. En el Capítulo 4 trataremos con profundidad el desarrollo del moderno capitalismo. 2. El crecimiento de las ciudades Las fábricas que iban surgiendo a lo largo y ancho de casi toda Europa eran como imanes que atraían a las personas que necesitaban un empleo. Esta «atracción» de mano de obra como fuerza de trabajo industrial se acentuaba por un efecto de «empujón» adicional a medida que los propietarios cercaban más y más terrenos de labranza para convertirlos en campos de pastoreo para rebaños de ovejas (la fuente de lana para las florecientes fábricas textiles). Este fenómeno conocido como «cercado de campos» o «cercamiento» hizo que incontables agricultores arrendatarios se vieran forzados a desplazarse desde las localidades rurales hasta las ciudades en busca de trabajo en las nuevas fábricas. En poco tiempo muchos pueblos quedaron abandonados; sin embargo, simultáneamente, las localidades industriales crecieron rápidamente hasta convertirse en grandes ciudades. Este rápido crecimiento urbano cambió las vidas de las personas de manera dramática. Las ciudades eran un hervidero de forasteros, en cantidades que superaban los alojamientos disponibles. Los problemas sociales generalizados (que incluían pobreza, enfermedad, suciedad, crimen y personas sin hogar) estaban a la orden del día. Todas estas crisis sociales estimularon aún más el desarrollo de la perspectiva sociológica. 3. El cambio político: control y democracia Durante la Edad Media, tal como señaló Comte, la mayoría de las personas pensaba que la sociedad era la expresión de la voluntad de Dios. Los reyes decían gobernar por «derecho divino», y el resto de las personas, independientemente de su posición en la jerarquía social tenía su papel en el plan divino. De hecho, a lo largo de la historia las personas raramente se han visto a sí mismas dueñas de su propio destino. Con el desarrollo de la economía y el rápido crecimiento de las ciudades, fue inevitable que se produjeran cambios en el pensamiento político. A partir del siglo XVII, todas las tradiciones se atacaron con vehemencia. En los trabajos de Thomas Hobbes, John Locke (1632-1704) y Adam Smith (1723-1790), vemos un cambio crítico de orientación: desde la obligación moral de las personas de permanecer leales a sus gobernantes hasta la idea de que la sociedad es el producto del interés individual. Por tanto, los conceptos clave en el nuevo clima político pasaron a ser libertad individual y derechos individuales. Haciéndose eco de las ideas de Locke, la Declaración de Independencia de Estados Unidos proclamó que todo individuo poseía «ciertos derechos inalienables», que incluían «la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad». La revolución política en Francia que comenzó poco después, en 1789, significó una ruptura aún más radical con las tradiciones políticas y sociales. Cuando el analista social francés Alexis de Tocqueville (1805-1859) estudió su sociedad después de la Revolución Francesa, tan solo exageró un poco cuando afirmó que los cambios que hemos descrito equivalían a «nada menos que la regeneración de la raza humana» (1955: 13; edición original de 1856). En este contexto, resulta fácil entender por qué Auguste Comte y otros pioneros de la sociología pronto desarrollaron su nueva disciplina. La sociología nació precisamente en aquellas sociedades (Francia, Alemania e Inglaterra) donde los cambios fueron más notables. 4. La pérdida de la Gemeinschaft: el eclipse de la comunidad El sociólogo alemán Ferdinand Toennies fue el autor de la teoría de la Gemeinschaft (comunidad) y la Gesellschaft [sociedad]. Toennies veía el mundo moderno como la pérdida progresiva de la Gemeinschaft, o la comunidad humana. Argumentaba que la Revolución Industrial había debilitado el fuerte tejido social de la familia y la tradición, fomentando el individualismo y un énfasis formal en los hechos y en la eficiencia. Las sociedades de Europa y América del Norte gradualmente se hicieron más desarraigadas e impersonales a medida que las personas se asociaban básicamente sobre la base de su propio interés (la condición que Toennies apodó Gesellshaft). La tesis de Toennies era que las sociedades tradicionales, construidas sobre el parentesco y la vecindad, fomentaban los sentimientos colectivos, la virtud y el honor. La modernización actúa sobre la sociedad como un ácido, erosionando la comunidad humana y desencadenando un individualismo desenfrenado. Durante gran parte del siglo XX, al menos algunas áreas del mundo occidental todavía se aproximaban al concepto de Toennies de la Gemeinschaft. Las familias, que habían vivido durante generaciones en pueblos o aldeas rurales, estaban fuertemente integradas en una forma de vida que se caracterizaba por el trabajo duro y la ausencia de grandes cambios. Antes de que existieran el teléfono (inventado en 1876) y la televisión (introducida en 1939 y ampliamente extendida después de 1950), los miembros de las familias y de las comunidades se hacían visitas y se comunicaban mediante cartas con aquellos que vivían más alejados. Antes de que los vehículos privados se hicieran comunes después de la Segunda Guerra Mundial, para muchas personas su localidad natal constituía todo su mundo. Las comunidades del pasado vivían tensiones y conflictos inevitables (a menudo por diferencia de raza o religión). Sin embargo, según Toennies, los lazos tradicionales de la Gemeinschaft mantenían a las personas de una comunidad, «esencialmente unidas a pesar de todos los factores que deberían mantenerlas separadas» (1963: 65; edición original de 1887). El mundo moderno puso a las sociedades del revés, de manera que, como Toennies dijo, las personas están «esencialmente separadas a pesar de la existencia de factores que deberían facilitar la unión» (1963: 65; edición original de 1887). Este es el mundo de la Gesellschaft donde, especialmente en las grandes ciudades, la mayor parte de las personas vive entre extraños y no sabe nada de aquellos con los que se cruza por la calle. Resulta muy difícil llegar a tener confianza en alguien en una sociedad anónima y cambiante en la que, según los investigadores, las personas tienden a anteponer sus necesidades personales a la lealtad al grupo y donde una mayoría de personas están convencidos de que «nunca se toman demasiadas precauciones» a la hora de tratar con los demás (Russell, 1993). El trabajo de Toennies muestra una profunda desconfianza en el concepto de «progreso», que para él equivalía a una continua pérdida de la moralidad tradicional. Solo le faltó afirmar que la sociedad moderna era «peor» que las sociedades del pasado y puso todo su empeño en elogiar la difusión del pensamiento científico y racional. No obstante, el individualismo creciente y el egoísmo característicos de las sociedades modernas le preocupaban. Consciente de que no había posibilidad de volver al pasado, miraba hacia el futuro, con la esperanza de que las nuevas formas de organización social que estaban por venir combinarían la racionalidad moderna con la responsabilidad colectiva tradicional. Macionis, John J. y Plummer, Ken. Sociología. Pearson Educación, Madrid. 2011. Sustrato sobre el que se desarrolló la sociologíaVIDEO: Revolución Francesa (Clima de época)Danton, 1983 (Dirección: Andrzej Wajda) |
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Octubre 2020
AutorLeonardo Pittamiglio |